PATOLOGIA
OSTEOARTICULAR
El esqueleto (del griego skéllo, “yo seco”), se constituye a
partir del tejido conjuntivo mesenquimatoso, a través de diferentes
especializaciones, siendo la más típica la del tejido óseo, el cual posee la
cualidad de impregnarse con fosfato tricálcico, que le presta una dureza
particular.
Los vertebrados se
caracterizan porque su tejido óseo no sólo está rodeado por componentes
celulares vivos, sino que es él mismo un tejido vivo.
El hueso (de la voz latina
"ossum") tiene la peculiaridad de poseer una matriz proteica apta
para calcificarse, que perdura y mantiene la forma más allá de la muerte, pero
que también mantiene la forma y rigidez necesarias a las funciones del
esqueleto vivo.
Desde un punto de vista
mecánico, el esqueleto, en su calidad de componente "pasivo",
posibilita la parte activa del movimiento y la postura a través de la acción
muscular. Dentro de esta dinámica, asume la reacción, presta puntos de apoyo a
la acción de la palanca y es a la vez palanca misma.
También cumple el esqueleto
funciones de protección, especialmente del sistema nervioso, de los órganos
torácicos, y de contención en la pelvis.
En el momento del
nacimiento, el esqueleto no está aún suficientemente calcificado como para
cumplir las funciones para las cuales está destinado. Estas deben ser llevadas
a cabo por el objeto madre, que con sus cuidados sostiene y protege al niño.
Es decir, que las futuras
funciones de protección y sostén, requerirían de la identificación con un
objeto interno, representante de la madre posnatal que cumple esas mismas
funciones.
De la relación con esa madre
y la identificación con ella provendría también el tipo de relación que se
establecería con el propio sistema osteoarticular
Esa madre que protege y
sostiene -que narcisa- trasmite el equilibrio entre dureza y flexibilidad,
necesario para lograr un firme punto de inserción de la musculatura que permite
la acción; mantener la postura erguida humana; la adecuación a las exigencias
coyunturales, articulando las necesidades internas con las posibilidades
externas, todo lo cual nos habla de un narcisismo trófico, que sostiene la
autoestima.
FRACTURAS:
Es el intento de crear una
neoarticulación transgresora; de tratar de doblarse por donde no se puede ni se
debe.
Remitimos al capítulo sobre
accidentes en ancianos, donde intentamos una explicación general más amplia del
tema.
LAS
ARTICULACIONES:
Etimológicamente, articulación proviene del latín
"articulatio" y significa "acción y efecto de articular o
articularse". Anatómicamente nos remite a: "unión de un hueso u
órgano esquelético con otro". A su vez, articular viene del latín "articularis" (nudo);
"articulare" (juntura).
Por su lado, coyuntura, del latín cum (con) y
juntura (unión), significa, además de la articulación entre dos huesos, oportunidad u ocasión.
Aunque habitualmente se
entiende la articulación como una zona de unión entre huesos que permite su
movilización, preferimos comprenderla como la zona flexible, no osificada, del
esqueleto visto como un todo, que permite adaptarse en cada oportunidad u
ocasión, articulando los distintos movimientos adecuados a cada circunstancia.
Desde el punto de vista
anatómico, están constituidas por el cartílago, membrana sinovial, líquido
sinovial, huesos y ligamentos de sujeción.
En el proceso de
envejecimiento, el tejido conectivo que constituye el cartílago pierde elasticidad
y tiende a fijar calcio. También las fibras elásticas pierden su resistencia y
se calcifican.
La senectud implica, en
algunos de sus aspectos, la dificultad para adaptarse a las nuevas condiciones
vitales cuando disminuye la capacidad de crear nuevas respuestas. Esto
implicaría la reacción a situaciones nuevas con conductas que, habiendo sido
efectivas en su momento, en el presente resultan inadecuadas. La persistencia
de estas conductas, habitualmente frustras, dan cuenta de una falta de
flexibilidad, que puede conducir a la rigidización de la personalidad.
Estaríamos en una situación en donde ya no se articulan nuevas
soluciones a las demandas del presente, sino que se repiten inflexiblemente
modalidades que inmovilizan al sujeto en su búsqueda de nuevas respuestas.
La falta de flexibilidad
equivaldría al aferrarse a las viejas posturas por el temor a no poder
adaptarse a nuevas exigencias. Por otra parte, cuando el anciano pierde la
solidaridad del núcleo familiar primario con la que contaba hasta ese momento,
esta situación refuerza la anterior y es vivida como desarticulante. Ello lo
haría propenso a reaccionar solidificando (soldando) sus articulaciones en un
intento de aferrarse a sí mismo como una forma de evitar el cambio, el movimiento. El dolor que
ése movimiento le provoca, nos remite al displacer que las situaciones de
cambio le significan, en tanto que articular es adaptarse, y esa es su
dificultad.
AFECCIONES
INFLAMATORIAS:
La característica de todo
proceso inflamatorio cumple la clásica tríada de calor, rubor y tumor, esto es,
un proceso defensivo contra una agresión externa o interna, que limita
temporariamente cierta función.
En las articulaciones el
proceso inflamatorio estaría dado por la acción de enzimas liberadas en la
propia membrana sinovial (fibroblastos, fuente principal de colagenasas,
proteasas y prostaglandinas) que contribuyen a la capacidad degradativa del
tejido.
También en los vínculos del
paciente añoso pueden advertirse síntomas de "degradación", en tanto
se producen muy habitualmente limitaciones por parte de su núcleo familiar en
lo que hasta ese momento eran sus roles, ya que, al verlo viejo, le son negados
o sustraídos.
Rof Carballo, tomando
conceptos de Alexander, afirma que en los procesos artríticos, se encuentran
manifestaciones de tendencias sadomasoquistas, asociadas a situaciones de
dependencia.
Por nuestra parte, pensamos
que la artritis en sí genera dependencia por la limitación del sujeto en su
accionar. Esta limitación puede ser entendida como el intento de inhibir la
acción de protesta del anciano hacia sus familiares, que inconscientemente es
vivida como un ataque sádico, superyoicamente prohibido, como resultado de los
cambios generados en la dinámica intrafamiliar. Pero a la vez es la manera de
expresar el anciano su propia dependencia hacia la familia, y de otras
dependencias que será preciso reconocer.
En lugar de agredir
sádicamente a quienes lo rodean, amparado en su situación dependiente, el
paciente artrítico genera un cúmulo de demandas que adquieren el sentido de
aquella actitud sádica que se intentó inhibir.
Esto nos permitiría entender
a las remisiones sintomáticas, descriptas como “normales”, como situaciones en
las cuales la agresividad reprimida hasta ese momento ha podido ser expresada,
o ha encontrado otra vía para manifestarse.
ENFERMEDAD
ARTICULAR DEGENERATIVA (ARTROSIS)
En las artosis, la
articulación sufre un proceso degenerativo, que la lleva a soldar ambas
superficies articulares óseas, por lo que la función misma acabaría por
desaparecer.
Esta situación podría ser
entendida desde la vivencia de pérdida que le daría origen. Mientras que el
articular nos remite al "nudo" de la problemática, el soldar nos
podría estar señalando un intento simbólico de expresar la incapacidad de seguir
articulando, y a la vez, “fijar” aquello que podría ser vivido como una
pérdida, en un intento “sólido” de retenerlo.
La renuncia a la capacidad
de articular adaptaciones podrían estar implicando actitudes que aparecen a la
manera de rasgos de carácter, significando igual que estos, la fijación de un
modo defensivo y su incorporación a la personalidad como “una manera de ser”.
Además del sentido que la
soldadura articular pueda tener en general, es preciso tener en cuenta el
sentido particular y específico de las articulaciones intervinientes. Así, por
ejemplo, las artrosis de columna, que pueden afectar la capacidad de doblarla,
obligando a mantener una posición erguida (no doblegarse); la soldadura de la
articulación del codo (no dar el brazo a torcer); etc.
OSTEOPOROSIS:
Es un estado en el que
disminuye la masa total del esqueleto, debido a la pérdida del ion Calcio, pero
su forma, composición y morfología permanecen normales. Es difícil su
diagnóstico tanto radiológico como clínico, utilizándose desde los isótopos
radiactivos hasta la biopsia de hueso.
Clínicamente es de gestación
insidiosa y prolongada a lo largo del tiempo, detectable por la aparición de
trastornos repentinos y desvastadores,
Resulta del desequilibrio
entre dos factores de la remodelación ósea: su reabsorción y su formación
Es más frecuente en mujeres
que en hombres, y es correlativa a la menopausia, de tal manera que cuando ésta
es precoz, la osteoporosis suele aparecer más tempranamente. Si bien se sabe
que existe una relación entre la reabsorción del hueso y los estrógenos, no se
tiene claro el mecanismo de interacción por el cual éstos impiden la pérdida
del ion Calcio
Resulta significativa esta
relación entre la mayor incidencia en mujeres, la menopausia -menos estrógenos-
y la osteoporosis. Con esto queremos señalar que cuando la mujer pierde su
capacidad reproductiva y disminuyen sus estrógenos, parecería que se debilita
su estructura de sostén. Hemos dicho más arriba que este sostén proviene de la
identificación temprana con una madre que cumple con esa función y también la
de sostén.
Esto nos lleva a plantear la
hipótesis de que según se haya procesado las identificaciones sexuales
femeninas, así será vivida la menopausia. Por ende, pensamos en la posibilidad
de una menor incidencia de la osteoporosis en las mujeres que presentan una
mejor aceptación de su condición menopáusica (proceso de duelo por la pérdida
de su capacidad reproductiva), hipótesis que deberá ser confirmada en la
clínica.
Otro elemento interesante de
señalar es que habitualmente no se dan juntas la artritis y la osteoporosis.
Esta última puede aparecer como consecuencia del tratamiento de la primera con
corticoides. Parecería entonces que cuando se quiere aflojar la articulación,
se ablandan los huesos, como que no hubiera lugar para la flexibilidad,
pasándose de un extremo a otro.
APARATO CARDIOVASCULAR
CORAZÓN:
En el anciano, los
trastornos del corazón y de la circulación en general, pueden provenir del
período anterior a la senesencia, o bien ser propios de este período.
Los trastornos cardíacos en
la vejez provienen de la interacción entre el propio envejecimiento y una o más
complicaciones que se asocian, llegando a reconocerse cuadros característicos
de este período, según la clínica geriátrica.
El corazón del senescente
presenta modificaciones en relación con etapas anteriores en el volumen
general, acompañado de cambios anatómicos, histológicos, bioquímicos,
fisiológicos y electrofisiológicos, que determinan modificaciones en el
concepto de normalidad en relación al adulto joven. En el anciano se nota
disminución en: la rapidez y fuerza de la contracción, el gasto cardíaco,
volumen sistólico, llenado diastólico, respuesta a las catecolaminas, etc.. En
consecuencia, los esfuerzos físicos que antes podían ser fácilmente
sobrellevados, como también tensiones emocionales repentinas, pueden ahora
implicar arritmias, insuficiencias e inclusive la muerte repentina.
La palabra
CORAZÓN deriva del latín COR, que primitivamente sería un aumentativo que
aludía al gran corazón del hombre valiente y de la mujer amante. Corominas
(1967), en su Diccionario Etimológico, menciona algunos derivados:
Corazonada: impulso,
presentimiento (pálpito);
Descorazonar: desanimar
Corada: entraña, asadura
Coraje: valentía (que a su
vez deriva de valer, valiente: esforzado, fuerte, vigoroso), ira
Gota coral: epilepsia (por
la creencia de que derriba al hombre por atacarle el corazón)
Cordial
Concordar, concordancia,
concordato
Recordar: literalmente
"volver al corazón", es decir, "volver a sentir"
Pulso: del latín pulsus:
impulso, choque
Impulso: 1)inclinación
irresistible al cumplimiento de un acto. 2)fuerza, empuje, presión ocasional.
3)acción de impeler o impulsar.
De esta revisión etimológica
queremos destacar que, además de ser el corazón, tal como se lo designa
habitualmente, el representante de los afectos, tiene relación con:
1) el tiempo (corazonada, recordar);
2) los afectos: amor, valentía, ira,
descorazonamiento -en tanto que el desánimo quedaría más vinculado a lo
respiratorio-;
3) y el cuerpo en su interioridad (corada,
entraña).
El corazón se
encuentra en el centro del sistema circulatorio, al que impone su ritmo, el
cual está influido también por los afectos. Asimismo, el corazón, en forma
genérica y literaria, está tradicionalmente asociado a los sentimientos, a tal
punto que resulta habitual que a los pacientes con trastornos cardíacos se les
trate de evitar las emociones fuertes.
Por un lado, recordar, en su sentido de volver a
traer al corazón, de volver a sentir, representa la manera de actualizar un
afecto del pasado que vuelve a hacerse presente.
Por el otro, pre-sentir, palpitar, son producto del anticiparse a situaciones anheladas o
temidas.
De esta forma, podemos decir
que el corazón funciona entre el recordar y el presentir. Así, el corazón trae
al presente el pasado a través del recordar y al futuro mediante el presentir
Desde esta perspectiva,
trataremos de entender algunas de las patologías más frecuente en los ancianos.
Los trastornos
del ritmo, las palpitaciones (los pálpitos) son corazonadas, formas de pre-sentir, intentos de anticiparse a
situaciones que pueden tener un carácter persecutorio o anhelado. Esto queda
referido a la problemática general del anciano, con sus particulares
ansiedades, que ya fueron descritas en la introducción.
Normalmente el corazón de un
anciano mantiene un ritmo bradicárdico. Esto implicaría no solo la disminución
del ritmo cardíaco, sino también el intento de disminuir el flujo de recuerdos
al corazón. Cuando se habla de bradicardia se menciona la "depresión del
automatismo sinusal". Esto permite señalar que esta depresión del ritmo
podría estar vinculada con la mal llamada "depresión normal del
anciano", como parte de su cortejo sintomático, entendiendo a éste como su
correlato corporal.
En otras palabras, estaría
asociada a un intento de evitar el desborde afectivo provocado por el flujo de
recuerdos cuando ya no se puede manejarlos adecuadamente, y seguramente
representa una fantasía que le es específica.
En tanto el ritmo cardíaco
queda influido por los afectos, el colocar un marcapaso, además de mantener el
ritmo uniforme necesario para asegurar la vida, tiene el efecto de sustraer al
sujeto de las vicisitudes que los sentimientos podrían provocan.
HIPERTENSIÓN EN EL ANCIANO
Uno de nosotros
(Korovsky, 1992) ha establecido en un trabajo anterior, que la hipertensión
esencial expresa la necesidad de estar "a tono" con las exigencias
ideales, y la reacción frente a sentimientos de rabia y humillación
inconscientes, en tanto han debido ser inhibidas en su expresión conciente.
En estos pacientes, el árbol
vascular debe funcionar a la manera de un hidroesqueleto, tratando de mantener
la postura humana erguida, cuando la humillación y el sometimiento tienden a
vencerlo en la dirección de la fuerza de gravedad y cuando el esqueleto no
alcanza a cumplir la función de sostén.
En el capítulo
sobre los trastornos osteoarticulares se menciona: "la falta de
flexibilidad equivaldría al aferrarse a las viejas posturas por el temor a no
poder adaptarse a nuevas exigencias".
La rigidez que
se manifiesta a través de síntomas osteoarticulares, en un intento de
"sostener el narcisismo" y prevenir el desmoronamiento, en
determinadas circunstancias, cuando el sistema óseo no alcanza a cumplir esta
función , el sistema vascular puede subrogarlo.
Sin embargo, es
preciso señalar que, mientras la rigidez osteoarticular se vincula al presente
(situaciones coyunturales), la rigidez vascular tiene que ver con los recuerdos
(re-cordar).
Nos planteamos
si en el anciano las fantasías que se ponen de manifiesto en esta
sintomatología es la misma que en el adulto: defender el narcisismo a ultranza.
Trabajos clínicos al
respecto (Estudio Framingham, mencionado en Franklin,S.S -1983-) informan que
en el individuo de 30 a 40 años de edad no se advirtió aumento de riesgo
cardiovascular en un lapso de 8 años, al comprobarse presión arterial sistólica
de 120 mm de Hg. En cambio, la hipertensión sistólica en sujetos de 65 a 70
años aumentó a más de tres veces el riesgo cardiovascular.
En términos generales,
entonces, podemos concluir que el adulto joven presenta mejores posibilidades
de desplegar los mecanismos compensatorios a los que debe recurrir en estas
circunstancias, mientras que el anciano -más rígido- queda expuesto al fracaso
de estos mecanismos, lo que se expresa en la aparición de complicaciones.
La clínica médica nos indica
que "en el anciano, la hipertensión sistólica suele acompañarse de presión
diastólica normal o algo aumentada, lo cual sugiere que, en la aparición de
hipertensión geriátrica participan factores diferentes de la pérdida de la
adaptabilidad de los grandes vasos"(Franklin,S.S:, 1983).
En el anciano los vasos
presentan un aumento progresivo de su rigidez, desde la aorta a su ramas,
provocado por:
depósito de matriz de colágeno, fracturas y
desenrollamiento de fibras elásticas y
depósito de abundante calcio en túnica media.
En las arteriolas
precapilares con degeneración hialina, se produce la disminución de la luz y
del corte transversal: aumento de la resistencia vascular.
También en el riñón hay
modificaciones con la edad: disminución del índice de filtración glomerular, lo
que implica incapacidad para concentrar o diluir la orina, para concentrar
sodio, y para excretarlo. La retención de sodio puede contribuir a crear
hipertensión.
En la mayoría de los
pacientes con hipertensión esencial, ésta comienza entre los 40 a 50 años de
edad, mientras que la hipertensión geriátrica aparece, por definición, después
de los 60 a 65 años.
La rigidez capilar y la
resistencia periférica son características peculiares de la hipertensión
geriátrica que la diferencia de la hipertensión esencial del adulto.
El aumento de la rigidez y
la resistencia que se encuentra en los ancianos pueden ser entendidas también,
siguiendo lo postulado por Alexander (1939), a partir del temor a no poder
controlar sus impulsos hostiles, lo que reforzaría los mecanismos defensivos de
control.
También aparece como la
resistencia a "re-cordar", a replantearse los viejos ideales que
podrían tener una actitud recriminatoria frente a la imposibilidad del
cumplimiento de sus exigencias. Así, la humillación consiguiente al
desconocimiento (por parte de los demás) de sus antiguas capacidades y la
confrontación con la pérdida de las mismas, generan el sentimiento de
humillación indignada y la hostilidad que, al no tener una adecuada descarga,
se expresa en la hipertensión como manera de compensar la afrenta narcisista.
El fracaso o la
imposibilidad de lograr la rigidización como defensa narcisista, abre la puerta
a otra modalidad de defensa, como lo es la hipotensión. Esta funcionaría como
una actitud de "aflojar para no romperse" frente a la misma
problemática recién descrita, pudiendo llegar a la "desconección"
mediante la hipotensión ortostática (equivalente al proceso de
despersonalización frente a los cambios posturales) y en algunos casos el
desmayo.
APARATO DIGESTIVO
El aparato
digestivo cumple la función de incorporar alimentos que han de ser
transformados en elementos plásticos y energéticos mediante el proceso de la
digestión.
Cada uno de los distintos
órganos que lo componen, desde el punto de vista psíquico pueden funcionar como
representaciones de fantasías inconscientes primarias, y además cumplir una función expresiva de afectos más
o menos inhibidos
Es necesario comprender
también la relación entre la función digestiva y los procesos de
identificación.
En la digestión, se
incorpora el alimento, que sufre una transformación disgregativa para
descomponerlo en sus elementos que son asimilados, pasando a constituir la
propia "carne" del sujeto o siendo "quemados" en la hoguera
metabólica a cuyo mantenimiento energético contribuyen.
Freud menciona dos tipos de
identificaciones: la histérica, que implica una identificación parcial con el
objeto a partir de síntomas o conductas con conservación del objeto; e
identificación narcisista, generalmente la que se produce en circunstancias de
duelo por pérdida del objeto, donde éste es incorporado "oralmente",
(siguiendo el modelo digestivo). Luego, así como en la digestión existe el
proceso de asimilación, de igual manera el objeto incorporado (una parte de él,
la vivida como buena) es asimilado al yo, mientras que lo demás es desechado
(de igual manera que en el proceso digestivo)
Resulta interesante,
continuando con el paralelismo, que sea el intestino, con sus dos porciones, el
órgano encargado de cumplir funciones que se vinculan con lo que ocurre en la
identificación. En la porción alta intestinal, en el yeyuno-ileo, se realiza la
discriminación de lo que pasa a incorporarse (por vía del sistema porta) y de
lo que ha de eliminarse que continúa su camino por el colon , donde solamente
se reabsorbe el líquido y se constituye el material de desecho.
ANOREXIA:
La anorexia, es decir, la
pérdida de apetito por causas psíquicas, es una patología propia de la
adolescencia. Sin embargo, en el anciano puede aparecer ligado al negativismo y
como síntoma que integra el cortejo de la melancolía, expresando así el deseo
de dejarse morir por inanición. También aparece a veces como expresión
delirante de ansiedades paranoides de ser envenenado. En estos casos, será
preciso diferenciar si lo que se rechaza es el alimento en sí, o es la
expresión del vínculo persecutorio con la persona que lo alimenta.
Disfagias
La disfagia consiste en la
dificultad o detención de la progresión del bolo alimenticio, pudiendo ser un
trastorno funcional o el síntoma de lesiones en la boca, faringe o el esófago.
Entre las causas atribuibles
a la boca, es necesario tener en cuenta la
pérdida de dientes, lo que en su momento demanda al anciano la necesidad
de prótesis completas. Estas, con el transcurso del tiempo, si no se las
readaptan, pasan a ser un factor de molestia al masticar, a lo que el anciano
se acostumbra comiendo cada vez menos alimentos sólidos. La causa más común de
este trastorno es la retracción progresiva de los maxilares.
De la misma manera, pueden
tener participación en la determinación de la disfagia en el anciano algunos
trastornos en las glándulas salivares al provocar el llamado aptialismo, es
decir, la falta de secreción que ocasiona la sequedad de boca, y determina que
el anciano beba mayor cantidad de líquidos en las comidas. Esta falta de saliva
puede estar asociada ya sea a la acción de medicamentos atropínicos que el
anciano pudiera estar ingiriendo, como directamente a los estados afectivos
crónicos que generan ansiedad o asociados a la angustia, de las que la sequedad
de boca puede ser el síntoma corporal manifiesto.
Los trastornos en la
garganta, en la deglución, pueden expresar la dificultad para
"tragar" afrentas. La sequedad de garganta es síntoma en muchas
ocasiones del nerviosismo, o la rabia inhibida para no agredir al objeto.
Con respecto a la disfagia,
es necesario tener en cuenta que el envejecimiento en sí mismo no es causa de
disfunción motora, lo cual hace que no sea posible atribuirle a la vejez la
dificultad que pueda aparecer.
Por otra parte, la disfagia
de origen esofágica generalmente es síntoma de un trastorno oclusivo que puede
tener su causa en un cáncer u otra patología también de carácter grave. Por
consiguiente, será necesario descartar mediante el diagnóstico preciso esas
patologías antes de determinar que la disfagia es funcional. Sin embargo,
siguiendo los lineamientos que hemos mantenido a lo lago de los distintos
capítulos de este libro, encontramos esta ocasión propicia para reiterar que:
el conocimiento de una causa no descarta la búsqueda del sentido de la
enfermedad; que las enfermedades "más" orgánicas y de etiología
conocida también tienen un sentido que es inconsciente para el paciente.
Nos planteamos ¿qué es lo
que “no se traga”? Obviamente cada persona podrá tener su propio "objeto
intragable", determinado por su historia y su contexto vital y social,
pero seguramente ha de haber un común denominador que permita comprender este
significado primario en cada uno de los pacientes, resignificado por la trama
de sus vivencias.
En muchas ocasiones, el
anciano que presenta disfagia con la consiguiente dificultad para tragar sólidos,
debe recurrir a la ingesta de papilla. Ello es la manifestación de la regresión
a aquellas etapas donde este tipo de comida eran habituales (primera infancia),
a la vez que resulta en un factor que facilita y potencializa la misma
regresión. De esta forma, nos señala el período de la evolución psicosexual al
que el anciano debe regresar para poder afrontar la situación que está viviendo
en el presente.
Aerofagia
Se denomina así a la ingesta
de aire, ya sea durante o fuera de las comidas. Normalmente se ingiere un poco
de aire en cada deglución, pero se habla de aerofagia cuando esto es exagerado,
aumentando así la cámara aérea del estómago.
Esta aerofagia patológica se
ha descrito clásicamente en personas ansiosas, que tragan rápidamente. Los
síntomas más habituales son la distensión gástrica y la eliminación de los
gases por la vía alta mediante eructos.
Habitualmente se considera
que se traga aire durante la ingesta de alimentos en forma acelerada, y lo hace
quien teme que se termine su alimento; quien desea vaciar al otro con su
voracidad, o quien siente que el otro posee el alimento pero no se lo otorga.
Es decir, la aerofagia estaría señalando que al sujeto no le alcanza con lo que
traga. Sin embargo, la aerofagia se produce también en casos en que, sin
vinculación manifiesta con la comida, existe una demanda o anhelo respecto a un
objeto que es o posee algo valioso y necesitado, pero que es denegado, así
mismo en el plano afectivo. Estas circunstancias determinan también en el
anciano la presencia de la aerofagia.
El eructo es la expulsión de
gases del aparato digestivo por vía alta. Popularmente se considera el eructo
del lactante como la manifestación del "provecho" que le hace la
leche incorporada, mientras que en el caso del adulto se habla de satisfacción
por lo comido. Cuando el eructo se transforma en síntoma (asociado a la
aerofagia), es la expresión de un "estar hinchado" que pone en
evidencia la insatisfacción y el fracaso del intento de completar con aire lo
que se siente como carencia.
Vómito:
Es un síntoma de expulsión
de algo amenazante, expresión de disgusto o de rechazo, ligado al sentimiento
de asco. Siguiendo la etimología, lo asqueroso queda vinculado a lo odiado, lo
que se incorpora ambivalentemente, en tanto necesitado y odiado. A diferencia
de la disfagia donde el anciano "no puede tragar " una situación
determinada, con el vómito se apunta a que "estuvo dispuesto a
tragar" pero finalmente no la pudo asimilar, y ello por la misma
ambivalencia.
En las regurgitaciones ácidas, que pueden llevar a la úlcera esofágica, el
paciente no alcanza a vomitar, es decir, no pone de manifiesto su agresión y su
protesta, que equivaldría a "escupir el ácido" que se ve obligado a
tragar. La regurgitación sería entonces un vómito que se ha quedado "a mitad
de camino", en una actitud de autoagresión y sometimiento.
ÚLCERA PÉPTICA
La literatura psicoanalítica
psicosomática sobre este tema es abundante, por lo que no nos extenderemos
demasiado. Sin embargo, es necesario algunas consideraciones sobre su incidencia
en los ancianos.
Desde los clásicos trabajos
de Alexander primero, y sobre todo de Angel Garma, la úlcera gástrica ha
adquirido status de enfermedad psicosomática. Siguiendo el lineamiento teórico
que nos ha movido a lo largo de esta obra, no plantearemos aquí los factores
etiológicos de tipo psicológicos (psicogénesis) sino tratando de comprender el
sentido inconsciente de la enfermedad para el paciente. Sin embargo, a priori podríamos pensar que, dada la disminución
de los factores codeterminantes de la enfermedad en las series complementarias
durante la vejez (producción de ácido y pepsina) la incidencia de la enfermedad
sería baja. Pero, desde el punto de vista estadístico, ésta es del 33 % de la
población total de pacientes hospitalizados con úlcera duodenal. La cifra de
mortalidad por úlcera péptica y sus complicaciones es bastante mayor en
pacientes que superan los sesenta años, llegando al 15 %, e incluso en
octogenarios las cifran trepan al 65 % con úlcera gástrica hemorrágica (siempre
hablando de los pacientes hospitalizados).
Frente a la imposibilidad de
poder discriminar de los datos que manejamos, si la úlcera aparece en la
ancianidad o proviene de etapas anteriores, reflexionaremos acerca de ambas
posibilidades.
En el caso del paciente que
fue ulceroso durante gran parte de su vida, al llegar a la senectud resulta
significativo para la comprensión del síntoma, que permanezca "en la
llaga" a pesar de que ya no cuente con la misma producción de ácido en su
estómago. Esto debe permitirnos reflexionar sobre el papel que juega los
niveles de acidez estomacal en la enfermedad por un lado , y el valor de una
historia vital para comprender el síntoma.
El hecho mismo de que la
enfermedad se mantenga con niveles bajos de acidez, habla de la relativa poca
incidencia de este factor, aún cuando los libros de la especialidad lo dan como
condicionante. En los casos en que la acidez pudiera mantenerse elevada, es
preciso comprender por qué. Sin duda, segregar mucho jugo gástrico nos señala
la dificultad para digerir algo. Como el régimen al que está sometido el
ulceroso (dieta blanda, láctea y fraccionada) no puede ser considerado
indigesto, es preciso atribuir la hiperacidez a otro factor.
En realidad, la fantasía del
paciente es la de haber "tragado" algo que no puede digerir (aceptar
y hacerlo suyo), al que es necesario atacar repetidamente con los ácidos. Con
esto nos podemos explicar por qué el anciano continua con el mismo síntoma, y
cómo éste ha servido para estructurar la vida de nuestro paciente.
Dadas situaciones
gerontológicas que sean vividas por el anciano como "indigeribles",
podrá repetirse el proceso mencionado. Podemos explicar así cómo aparece una
úlcera en la ancianidad.
TRASTORNOS INTESTINALES
Estreñimiento
pertinaz:
En tanto la función principal
del psiquismo es mantener un equilibrio que permita la homeostasis, lo que se
incorpore o elimine será vivido en función de ese equilibrio. De esta manera,
lo incorporado puede ser interpretado como aquello peligroso y dañino que
atenta contra el yo, mientras que lo que se elimine puede dar lugar a la
vivencia de vaciamiento de los contenidos valiosos del yo. Tanto una como la
otra forma, es decir, lo persecutorio del afuera que se pueda incorporar como
el vaciamiento temido son manifestaciones melancólicas que denotan las
fantasías en juego.
En el anciano, los síntomas
intestinales del tipo de la constipación pertinaz (y otras asociadas) responden
fundamentalmente a dos aspectos a tener en cuenta: uno es la regresión
libidinal a la etapa anal, ante las dificultades para mantener las
gratificaciones genitales; el otro es la reacción frente a las pérdidas
objetales y narcisistas que la vida impone. Esto lleva a constituir rasgos de
carácter (tozudez, avaricia, etc.), conductas de tipo obsesivas, ya sea
mediante rituales de control (guardar, envolver, juntar, coleccionar) o
síntomas corporales del tipo de la constipación. Mediante ellos se intenta
retener simbólicamente aquello que de otra forma se sentiría perdido
irremisiblemente. La constitución de divertículos son precisamente la modalidad
de materializar las fantasías de "guardar" dentro del propio
intestino aquello que se evita perder. La inflamación de estos divertículos
(diverticulitis) hace recordar el viejo refrán "la avaricia rompe el
saco".
Fecalomas:
Tradicionalmente se describe
un círculo vicioso constituido por: hemorroides, dolor a la defecación con
posible sangrado, inhibición de la defecación, constipación, constitución de un
fecaloma que cierra este círculo por la inhibición de la defecación, etc.
Se definen los fecalomas por
la aposición de escíbalos redondeados y duros aglutinados por mucus y materias
mas blandas a manera de cemento de unión
La ubicación más frecuente de los mismos se encuentran en : recto,
megarecto o asa sigmoide . A su vez pueden, de acuerdo a su ubicación, clasificarse en :bajos y altos. La
constipación y la malformación son condiciones necesarias para su constitución.
El peso del fecaloma determina un acodamiento del segmento inferior del recto y
produce el cierre de la luz intestinal. Suelen tener una forma esferoidal u
ovoide, que pueden llegar a medir entre 10, 15 o 20 cm en diámetro mayor La masa tumoral es de
contornos nítidos como lo son los grandes miomas uterinos.
Sin embargo, sería posible
rever esta explicación de orden puramente fisiopatológica, que apunta a una
relación de tipo causalista, para integrar además los diversos sentidos que
cada una de estas manifestaciones tienen.
Si bien no podremos
generalizar diciendo que todos los aspectos anales-retentivos pueden ser
asociados a una personalidad obsesiva, en el anciano se advierte en muchos
casos una regresión anal, como decíamos más arriba, favorecida por la insatisfacción genital. La
necesidad de controlar y retener las relaciones objetales a la vez que los
propios contenidos yoicos que pueden ser vivido como amenazados, son expresados mediante síntomas intestinales.
Por otra parte, ya Freud vinculaba la relación simbólica heces-hijo-dinero, con
lo que se puede comprender cómo el manejo de sus materias fecales compensa a la
vez que simboliza la conflictiva del anciano con sus hijos y con la materia
económica.
En el caso de los fecalomas,
esta patología podría ser entendida desde distintas fantasías implícitas.
Una de ellas sería expresar
simbólicamente los aspectos anal-expulsivos de la personalidad del paciente.
Los sentimientos agresivos normalmente se manifiestan atacando al objeto
(hijos, cónyuge, etc.), y cuando lo hacen simbólicamente mediante síntomas
corporales, estos pueden resultar en, por ejemplo, descargas diarreicas (que
también expresan sentimientos de miedo). Pero cuando la agresividad es sentida
como prohibida, en unos casos por los sentimientos de culpa, en otros porque la
relación con esos objetos internos es vivida como propios del yo
(identificaciones narcisistas), esta agresividad puede expresarse reactivamente
a través de actitudes de sobreprotección y cuidado, o mediante la retención,
generándose la constipación que puede llevar al fecaloma. En estos casos, la
extracción del mismo puede remitirnos a la fantasía de "parto anal".
Con respecto a esto último,
deberíamos recordar otra fantasía infantil, la de "la cloaca" donde
lo anal y genital son concebidos en un mismo ámbito. De esta manera se hacen
más comprensible aún las afirmaciones anteriores acerca de la relación entre la
insatisfacción genital y la regresión a la satisfacción anal.
APARATO URINARIO
El aparato urinario es el
encargado de la depuración del organismo de las sustancias de desecho a través
de la filtración de la sangre en el riñón, y su eliminación mediante la
expulsión de la orina.
En la comprensión psicosomática de la problemática urorenal deben ser
diferenciadas las fantasías correspondientes a las vías urinarias altas
(fantasías renales) de las bajas (erotismo urinario, ligado, según Freud, a los
sentimientos de ambición y competencia.)
Dice Weiszaecker en su libro "El hombre enfermo": "El
riñón es un órgano excretor, también la psique se comporta de modo que adopta
lo que cree conforme con ello, y elimina lo disconforme" (pág. 29-30)
Uno de nosotros, en trabajos en colaboración (Devincenzi, Korovsky y
Turjansky, 1971) ha descrito las fantasías vinculadas a la capacidad o función
renal del yo, y relacionadas con la posibilidad de éste de filtrar los
estímulos provenientes del ello. Estos autores conciben la
"renalidad" como una función yoica que trasciende al órgano riñón
para referirse a una modalidad de funcionamiento psíquico, ligado a los
procesos de desexualización, necesaria para la sublimación y la formación de
símbolos y la identificación. La vivencia vinculada al buen funcionamiento de
la renalidad correspondería a la de "sazón", gracias a un constante
trabajo de depuración o de transformación de los impulsos provenientes del
ello. Etimológicamente, “sazón” tiene origen en el latín sation-onis, que
significa "ocasión oportuna, tiempo, estado de perfección de las
cosas", de donde "buen gusto, tiempo de sembrar, propiamente
sembradura, siembra". El fracaso de esta función yoica se expresaría como "desazón", que correspondería
a la patología de lo renal, y sería fácilmente confundido o por lo menos ligado
a una forma de angustia. La falta de ganas, de gusto por las cosas, típica de
este estado, recuerda a la falta de gusto, a lo desabrido, del discurso de estos
pacientes. En último grado, puede también ser comprendido como una modalidad
melancólica.
Desde este punto de vista, la insuficiencia renal representaría
entonces la imposibilidad de filtrar los impulsos provenientes del ello y la
incapacidad del yo para distinguir entre lo "ideal" y lo
"posible", o aquellos aspectos del ideal que son posibles de
materializar y los que no. Esto nos remite a situaciones muy conocidas en la
clínica del anciano vinculadas esencialmente con su conflictiva narcisista, en
la que se siente en la necesidad de "rendir cuentas" a sus antiguos
ideales que le reclaman.
Así como los nefrólogos sostienen que la función renal disminuye con la
edad, de igual manera podemos sugerir que la capacidad renal del yo (manejo de
lo pulsional) se vería también afectada en el anciano, de forma tal que resulta
insuficiente para filtrar los estímulos provenientes del ello, que podrían
desorganizarlo. Tal es así que, mientras los nefrólogos plantean que el riñón
tiene mucha reserva funcional y no suele generar síntomas clínicamente
importantes, en el anciano el riñón es eficaz en situaciones normales pero
puede ser insuficiente cuando se encuentra en condiciones de tensión ansiosa.
Es decir, que fracasa o disminuye la capacidad de adaptación.
En caso de enfermedades concomitantes, la mayor carga que se ejerce
sobre el riñón puede determinar que éste no reaccione en forma adecuada. Caso
similar ocurre con el yo del anciano.
Muchas funciones yoicas (como por ejemplo la memoria, la capacidad de
orientación témporoespacial, etc.) suelen ser fácilmente alterables en
situaciones tales como: deshidratación, sobredosis mínimas de medicaciones, o
neumopatías que pasan desapercibidas al profesional no acostumbrado a tratar
personas de edad avanzada.
En el anciano portador de una nefropatía pueden aparecer
manifestaciones neurológicas como: convulsiones, coma, temblor o cefalalgias,
lo cual nos remite nuevamente a la vinculación entre la patología renal , la
función renal del yo y la alteración de funciones yoicas.
Con respecto a las fantasías vinculadas a la excreción urinaria,
debemos mencionar que Freud planteaba que el erotismo urinario recibía en la
infancia el desplazamiento de la carga sexual, y ligaba a esta función
excretora con el sentimiento de ambición y competencia, tal como se puede
observar en su trabajo sobre el “Hombre de los lobos” (Freud 1918).
Desde un punto de vista kleiniano, la función urinaria excretora
estaría vinculada a fantasías agresivas contra los objetos primarios. Orinar
sería el mecanismo mediante el cual se expresaría la necesidad de proyección de
lo tanático manifestado en la tensión. Esto se puede observar en la expresión
placentera del bebé en una etapa del desarrollo libidinal muy anterior a la
uretral.
Según el D.R.A.E., la palabra "incontinencia" proviene de
"continencia", y ésta a su vez de "contener", que
significa: a) llevar o encerrar dentro de sí una cosa a otra; b) reprimir y
moderar una pasión, un impulso o movimiento del cuerpo ”. Será preciso
diferenciar, por lo menos a los efectos de nuestro tema, entre contención y
retención, pues si la contención expresaría una modalidad "normal" de
funcionamiento yoico aplicada a la contención de los objetos y a la
"continencia" de los movimientos pulsionales en un sentido de adecuación
a la realidad, la "retención" aparecería como oposición a la
"incontinencia".
En el caso de la retención urinaria, ésta implicaría una incapacidad
para resignarse, una dificultad para realizar el duelo por aquellos objetos o
partes del objeto que deben ser abandonados para poder materializar lo posible
(Grus, 1974). Representaría: a) el intento de evitar pérdidas; b) el
sometimiento a la exigencia ideal de ser continente aún de lo que debería ser
expulsado, por ejemplo, la agresión; c) la expresión de una identificación con
un objeto continente necesitado y ausente.
En cuanto a la incontinencia, podría comprenderse como la dificultad
para retener a sus objetos, pero también a los impulsos pasionales.
En el anciano aparecen distintas situaciones que pueden condicionar la
incontinencia: por rebasamiento de la capacidad vesical debido a la ingesta de
líquido, habitualmente asociada a situaciones de ansiedad, cuando no existe una
diabetes que la justifique; en el caso de polaquiuria, muchas veces secuela de
una infección urinaria, o bien en el caso de los trastornos prostáticos. Sin
embargo, pensamos que, cualquiera de estas u otras causas orgánicas de
incotinencia, que actúan como factores etilógicos, no invalidad el sentido
inconsciente de las fantasías antes mencionadas, ligadas a la sintomatología
descripta.
LA OPERACIÓN DE PRÓSTATA
Sin entrar de lleno a la
investigación de las fantasías inconscientes vinculadas a la hiperplasia de
próstata, tarea desarrollada por otros autores como Chiozza y coll. (1993),
mencionaremos algunos aspectos que deberán ser tomados en cuenta abocados al
tratamiento quirúrgico de esta afección.
Todo cirugía nos enfrenta
sistemáticamente con la angustia de castración. Pero en este caso, por la
naturaleza misma de la operación, por los síntomas previos, y por los posibles
efectos secundarios que pueden aparecer, resultan aún más significativos.
Desde un principio, los
síntomas subjetivos del paciente, están vinculados directamente con el
funcionamiento de su pene. Las dificultades y las alteraciones de la micción,
que son lo que a la postre determinan la consulta al especialista, estimulan
una serie de fantasías que replantean viejas cuestiones propias de etapas
anteriores -infancia y adolescencia- sobre el funcionamiento y la capacidad del
pene. Inconscientemente, el problema de la castración queda replanteado.
Posteriormente, una vez que
el diagnóstico positivo no deja otra opción que la quirúrgica, se crea una
constelación que refuerza todas las fantasías anteriores:
1- Enfrentamiento a un problema
directamente vinculado con los genitales.
2- Padecer un acto quirúrgico -“un corte”- donde éstos
están directamente implicados
3- Esperar el resultado anatomopatológico para descartar
un cáncer.
Otro aspecto que deberá ser
tomado en cuenta es la vía quirúrgica elegida.
Por un lado existe la
posibilidad de la "vía alta" o suprapúbica que se realiza con
anestesia general, donde se plantean todas las fantasías que acompañan a éste
tipo de anestesias. Solo mencionaremos aquí una de las más significativas,
vinculada a la ansiedad por si se ha de despertar o no después de la misma.
Por otro lado tenemos la vía
"uretral", que se realiza con anestesia parcial o raquídea, en la que
el paciente está conciente durante todo el período operatorio, evitando las
fantasías de la anestesia general. En otras palabras el paciente es consciente
de que su pene es utilizado para ingresar a su organismo, cortar y sacar la
glándula.
Las dudas sobre cómo se verá
alterado el funcionamiento de su genitalidad después, nuevamente nos remiten a
la angustia de castración.
Aún suponiendo un
postoperatorio normal y un informe anatomopatológico sin particularidades, como
consecuencia de la técnica utilizada, el paciente puede enfrentarse al hecho de
que su eyaculación deje de ser externa, para convertirse en interna, es decir,
que el semen, en lugar de ser proyectado al exterior, retorna por la uretra
hacia la vejiga - aspecto éste que no siempre es conocido por el paciente, y
que muchas veces el especialista podría evitar advertir a efectos de no
perturbar su raport con él.
Una de las primeras
ansiedades que plantea el paciente al especialista gira en torno al momento en que puede retomar su vida
sexual activa. Tener que enfrentarse al
hecho de no poder eyacular como lo hacía
normalmente, confirma en él sus fantasías y sus miedos a la castración.
Otro aspecto que también es
necesario plantear está vinculado directamente con la posibilidad de una futura
incontinencia, consecuencia "de un pequeño accidente quirúrgico " que
afecta al esfínter correspondiente. En éstos casos, las vivencias del paciente
son muy negativas, viéndose a sí mismo incontinente "como un nene
chico" o " como un viejo chocho ". Las fantasías que se asocian
en este caso vinculan a la castración con la culpa, ya que inconscientemente el
paciente vive todo esto como una especie de castigo.
Por todo lo que se ha
expuesto más arriba, y teniendo en cuenta que cada vez resulta más común esta
operación, pensamos que la consideración de estos aspectos anteriormente
señalados permitirán mejorar el pronóstico clínico de estos pacientes.
TRASTORNOS
ENDOCRINOS EN ANCIANOS
Al igual que en otros
aspectos, sigue siendo un problema a establecer cuales son los valores normales
de los distintos indicadores endócrinos del anciano. Esto ha determinado
discrepancias substanciales en la definición de lo patológico diferenciado del
proceso normal de envejecimiento, y por ende, los aspectos terapéuticos
asociados.
Los trastornos endócrinos
más comunes en la vejez, dejando de lado la menopausia que es un proceso
fisiológico, son similares a las de la madurez: diabetes sacarina, estados
tiroideos y obesidad. Nos referiremos aquí a dos de ellos.
A.- DIABETES
La diabetes es un trastorno
en el metabolismo de la glucosa debido a la afección de la función endocrina
del páncreas, especialmente de las células beta de los islotes de Langelhans,
encargadas de la formación de insulina, hormona que participa en el proceso
mediante el cual la glucosa penetra en la
intimidad de la célula.
Además del aumento de la
glucemia, los síntomas clásicos que caracterizan la diabetes son el aumento de
la sed, que lleva a la ingesta exagerada de líquidos, al aumento del hambre y
de la eliminación de orina, que conlleva también la eliminación de glucosa.
La mayoría de los casos de
diabetes en los ancianos corresponden al tipo II, insulino no dependiente, en
los que puede ser mantenido el nivel “normal” de glucemia mediante el régimen
dietético, ejercicio , o cuando los mismos son insuficientes, con hipoglucemientes
orales.
En ocasiones, el cuadro
clínico, al no ser atendido correctamente, puede acarrear trastornos
circulatorios, oculares, renales, etc. Debido también al umbral alto para la
eliminación de glucosa por la orina, el paciente puede presentar neuropatías
sensitivas o motoras, impotencia, vejiga neurógena o parálisis ocular y no
síntomas de hiperglucemia (poliuria, polidipsia y polifagia).
Los ancianos diabéticos
suelen ser obesos (80%) y no tienden a la cetosis. Se considera que uno de cada
seis personas de 65 años es diabética, y entre los mayores de 85, uno cada
cuatro. Sin embargo, resulta importante recordar que para el diagnóstico de
diabetes en el anciano no basta el aumento de la glucemia, ya que se ha
demostrado que con la edad disminuye la tolerancia a la ingestión de glucosa,
lo cual implicaría que el anciano normalmente requiere menos azúcar para lograr
brindarle a su organismo la dosis de glucosa necesaria para su metabolismo.
Podemos entonces decir que
el anciano no diabético aprovecharía mejor, (es decir, le saca mejor partido),
a las pocas cosas dulces de la vida a las que en general tiene acceso.
EL CARÁCTER DIABÉTICO.
Más arriba ha quedado
descripta la clínica de la diabetes. En pocas líneas explicaremos qué
consideramos un carácter diabético.
Resulta casi un lugar común
decir que el diabético no puede disfrutar de las cosas dulces de la vida.
Tomando la descripción fisiológica a la manera de metáfora, así como el
diabético tiene un aumento de la glucosa en la sangre circulante pero no puede
aprovecharla, introduciéndola en la intimidad de sus células, tampoco podría
disfrutar de las cosas placenteras, y por eso en general se puede decir que es
un amargado. Esto representa el aspecto melancólico del paciente, y siguiendo la descripción de E. Obstfeld,
podría hablarse de una “melancolía empalagosa” en tanto el diabético resulta
alguien que da más de lo que tiene.
En función de lo descripto,
analizaremos:
a) el anciano que
debuta con una diabetes
b) el anciano que
ya era diabético
c)el anciano
que, sin ser clínicamente diabético., funciona como tal .
a) Es aquel anciano que,
frente a la imposibilidad de gratificarse narcisisticamente “ha escogido”
(inconscientemente) desde el comienzo de su diabetes, esta modalidad de
manifestar su problemática.
b) El adulto mayor que ha
debutado tardíamente con una diabetes puede llegar a anciano manteniendo los
parámetros de su diabetes, o agravándolos. En éste último caso podemos hablar
de un aumento de la dificultad de gratificación a la que hemos aludido
anteriormente, asociada a la evolución natural de la enfermedad.
c) Es el “viejo que se hizo
amargado con la edad”. Cansado de dar y no recibir en la misma medida, vive
esta etapa de su vida en una actitud negativa, sintiéndose incapaz de poder
disfrutar de las cosas cuando éstas se presentan. Podríamos hablar de un
“carácter diabético” aún en personas que no padecen clínicamente la enfermedad.
EL ANCIANO
DIABÉTICO QUE NO SE CUIDA.
Esta es una actitud que
suele ser compartida por pacientes de distintas patologías (v. g. el hipertenso
que come alimentos muy salados, etc) en cualquier etapa etaria. En el caso del
diabético, pese a ser conciente de su actitud, ignora de facto las
prescripciones higiénico-dietéticas habituales en este tipo de padecimientos, aduciendo
que ya está viejo, que se ha privado bastante, y que de alguna forma tiene que
gratificarse. Resulta una actitud similar a la de quienes, al no poder cuidarse
o abandonar hábitos perjudiciales, dicen que “de algo hay que morir”, dejando
en evidencia los rasgos melancólicos propios del carácter diabético, a los que
hicimos referencia. Obviamente, dejamos de lado en esta mención a aquellos
ancianos que por cuestiones ajenas a la diabetes propiamente dicha, se ven
imposibilitados de cuidarse por sí mismos (pacientes con párkinson que no
pueden autoadministrarse la inyección de insulina; paciente incapaz de recordar
tanto la indicación como su cumplimiento dentro del tratamiento, etc.).
B.- TRASTORNOS
TIROIDEOS
La patología tiroidea en el
anciano resulta ser poco tenida en cuenta, mucho menos de su verdadera
incidencia. De acuerdo a sus manifestaciones clínicas más habituales, debemos
señalar:
·
pérdida de peso, que ocurre en un 75 a un 100% en
los pacientes;
·
la anorexia es más frecuente que el aumento del apetito;
·
estreñimiento,
·
dolor abdominal.
·
las nauseas y vómitos son más comunes que el aumento
de las evacuaciones intestinales.
De acuerdo a esta
sintomatología, no es de sorprender que la orientación clínica sea derivada a
diversas patologías gastrointestinales malignas, y si bien resulta necesario
descartarlas previamente, conviene no olvidar la patología tiroidea.
Hemos encontrado en la
bibliografía la referencia al “hipertiroidismo apático” descrito por Lahey en
1931 (Hurley, 1983), que se observa principalmente en pacientes ancianos. Se
han establecido tres requisitos para su diagnóstico: 1) afectividad embotada
asociada con depresión y apatía; 2) falta de actividad motora acelerada como en
la mayoría de los hipertiroidismos; 3)
lentitud mental.
Se ha planteado que el
hipertiroidismo se produciría por la acción autoinmunitaria de anticuerpos que
estimularían la secreción de hormona tiroidea, dando por resultado la
aceleración del metabolismo.
Podemos considerar que en el
anciano, la aceleración de los procesos metabólicos podrían ser interpretados
como la regresión a un metabolismo “juvenil”, mediante lo cual lograría
recuperar simbólicamente “la juventud perdida”. En consecuencia, resulta lícito
plantear que la problemática tiroidea en el anciano queda vinculada a un
intento maníaco de negar su propio envejecimiento. y la muerte implícita .
LA GLÁNDULA DEL MIEDO
Mientras la adrenalina sería
la hormona del miedo al objeto externo, la hormona tiroidea se arrogaría la
representación del miedo al objeto interno. El paciente hipertiroideo no
experimenta el sentimiento “miedo” como tal, sino directamente éste se expresa
a través del síntoma. (no por casualidad la sintomatología manifiesta del
enfermo con Graves-Básedow, es asimilable a la de una persona aterrorizada).
Los trastornos tiroideos en
la mujer aparecen en los momentos de grandes cambios: menarca, embarazo,
puerperio, menopausia, señalando así cómo esos cambios vitales generan miedos
que, como decíamos, no aparecen en la conciencia como tales. Si la velocidad de
los procesos metabólicos alterados por el hipertiroidismo puede ser entendida
como una aceleración maníaca de éstos, esta aceleración podría ser entendida como un deseo
inconsciente de “terminar de una vez” con los
cambios que sobrevienen.
La problemática tiroidea
queda asociada a los cambios vitales.. Es decir, que estos cambios serían el
motivo de los miedos que se expresarían mediante la sintomatología corporal, en
tanto el afecto como tal no accede a la conciencia. Si todo cambio implica un
duelo (tener que renunciar a lo viejo conocido para adquirir lo nuevo por
conocer) este duelo representa a la vez un conflicto que, en la medida en que
no puede ser elaborado, se manifestará mediante el síntoma tiroideo.
Los cambios a los que está
expuesto el anciano, y que podrían generar miedo son todos aquellos que alteran
la estabilidad lograda en un momento dado de su vida. Si cada duelo resignifica
los duelos anteriores, en el caso del anciano hipertiroideo se encuentra una
serie de duelos no elaborados, que se reactivan en la situación de cambio
presente, y que son vividos en forma cada vez más persecutoria. El
hipertiroidismo representa una modalidad defensiva de características maníacas
(aumento de los procesos metabólicos), asociada el intento frustro de adecuarse
al cambio y a la vez negar la pérdida de lo anterior.
TRASTORNOS EN LA PIEL DEL
ANCIANO
INTRODUCCIÓN
La relación entre
dermatopatías y trastornos psicológicos ha sido observada desde antiguo, y han
sido precisamente los dermatólogos quienes primero la han establecido. Por
ejemplo, Brocq y Jaquet denominaron "neurodermitis" al prurigo vulgar
crónico para subrayar su origen "nervioso", y son seguramente
conocidas las experiencias de sugestión hipnótica mediante las cuales desaparecen
las verrugas o se provoca prurito, vesículas o urticaria (J.V.Klauder,1925).
Pero parece importante rescatar la feliz expresión de W. Th. Sack, quien ya en
1927 hablaba de la piel como un "órgano de expresión". Sack, que era
un dermatólogo con profundos conocimientos psicoanalíticos, explicaba el
concepto de "expresión" como todo proceso somático relacionado sin
lugar a dudas con un proceso psíquico definido, se establezca esta correlación
ya sea a través del sistema nervioso voluntario como del involuntario. Y que
esta expresión era tanto para atraer desde lo inconsciente a la conciencia del
propio sujeto su conflicto, como para poder comunicarlo de una manera críptica
a su medio.
Desde la vertiente
psiquiátrica, Félix Deutsch hablaba de una "Psiquiatría cutánea". Si
vinculamos ambos conceptos, el de la piel como órgano de expresión y el de
psiquiatría cutánea, podemos comprender cómo, a punto de partida de la piel y
sus manifestaciones más o menos patológicas, tenemos acceso a una comprensión
mucho mayor del paciente como persona, como ser humano que padece.
Cuando Sack planteaba que la
piel es un órgano de expresión, ¿qué es lo que se expresa a través de la piel?
Principalmente los afectos, los sentimientos que no pueden o no deben llegar a
la conciencia como tales, que deben permanecer reprimidos, ya sea porque son
socialmente inaceptables, o porque son moralmente rechazados por el mismo
sujeto, o porque son insoportables para su amor propio, su autoestima.
Recordemos brevemente las principales funciones que
cumple la piel desde un punto de vista psicológico.
1) La piel como órgano de
contacto (zona erógena).
Se denomina Zona Erógena
aquella parte del cuerpo en la cual ciertos estímulos generan sensaciones
placenteras. Desde ese punto de vista, la piel y mucosas son zonas
privilegiadas. Pero también la piel percibe sensaciones dolorosas, a veces por
estímulos externos, otras provenientes de fuentes internas que son referidas a
la piel. Debemos destacar el prurito centralmente condicionado como un elemento
muy importante a considerar.
2) La piel como continente o
barrera limitante.
Se suele plantear que la
piel funciona como un límite entre el cuerpo y el mundo, entre el adentro y el
afuera.
Esther Bick, una
psicoanalista inglesa, plantea que la representación psíquica de la piel
contribuye en el niño a integrar el esquema corporal, cohesionando las partes
de la personalidad que son vividas primitivamente como separadas. Esta función
se genera por identificación con una figura (madre) continente de sus ansiedades;
cuando ésto fracasa (en el caso de madres ansiosas, poco
"continentes") se formaría lo que Bick llama una "segunda
piel" muscular, es decir, se desarrollan actividades musculares, de tipo
hiperkinético, que funcionan como defensa frente a esa falta de integración o
coherencia del yo.
David Rosenfeld plantea que
los pacientes dermatológicos tienen dos tipos de problemas sin resolver: uno
relacionado con las experiencias de suavidad y calor, y otro vinculado a la
experiencia de sostén.
Muchas veces ocurre que
ciertos sentimientos de desprotección pueden expresarse como compensaciones o
como defensa frente a este sentimiento. En el plano de la conducta o el
carácter, se expresarán como dureza o inflexibilidad, y en el plano corporal,
desarrollando una hiperqueratosis, que puede indicar la fantasía de tener una
caparazón protectora.
3) La piel y el sentimiento
de identidad.
La piel contribuye a
establecer el sentimiento de identidad, en tanto éste se constituye por la
capacidad de reconocerse en la propia forma, pero además por la imagen que los
demás nos devuelven. El dicho conocido de que "es cuestión de piel"
para expresar la manera de reaccionar frente a los demás con sentimientos de
atracción o rechazo, implica reconocer las diferencias de los otros, y a la
vez, la posibilidad de "afirmarse como un individuo que reconoce la
singularidad de su propia piel" (D.Anzieu,1987).
4) La piel y su función
simbólica de autorepresentación.
Recordemos aquí el concepto
de Sack ya mencionado de la piel como órgano de expresión.
Freud decía que al ser
humano le resultaba muy difícil ocultar sus sentimientos: lo que no dice con la
palabra lo dice con los gestos. Nosotros podríamos agregar: lo que no dice con
la palabra o con los gestos o actos, lo dice con el funcionamiento de sus
órganos; en ese sentido, la piel resulta un órgano privilegiado de expresión.
PSICOPATOLOGÍA DERMATOLÓGICA
En términos generales, se
puede decir que muchas enfermedades dermatológicas reconocen como antecedente
previo, y así lo expresan habitualmente los pacientes, una pérdida
afectivamente significativa, ya sea real o fantaseada, de un objeto primario
(padres, hermanos, o sus representantes inconscientes) o una situación que
implica pérdida de la autoestima, una herida en el amor propio. La pérdida de
un objeto altamente idealizado es vivida muchas veces de una manera
inconsciente como abandono o rechazo, lo que genera sentimientos de humillación
y vergüenza. Cuando estos sentimientos no pueden expresarse o sentirse como
tales, aparecen cripticamente manifestados a través de cambios corporales, por
ejemplo, en la piel o anexos.
Resulta muy común que las
enfermedades dermatológicas queden asociadas con sentimientos de vergüenza y
suciedad. Pero estos sentimientos, que aparecen racionalmente como
consecuencias de la lesión, en realidad son la manera primaria de manifestarse:
así, el paciente que se siente "sucio" por tener una lesión, lo que
está haciendo es expresar simbólicamente su sentimiento de suciedad (moral) mediante su lesión. De esta manera logra
muchas veces el castigo anhelado inconscientemente al ser rechazado por los
demás, al no sentirse merecedor de su afecto. Otras veces es la manera de hacer
patente que la persona se siente verdaderamente "en la llaga".
Los cambios más significativos
en la piel del anciano podrían resumirse en:
·
Aplanamiento de la unión dermoepidérmica, con
borradura de las papilas dérmicas y de los clavos interpapilares epidérmicos.
·
Disminución de melanocitos enzimáticamente activos.
·
Perdida de células de Langerhans, de células cebadas
y de vasos sanguíneos dérmicos.
·
Alteraciones bioquímicas y estructurales en el
colágeno y en la elastina dérmica, que tornan al tejido conectivo menos soluble
y más esclerosado. Disminución del sudor, su volumen y su contenido sódico.
·
Al disminuir la actividad inmunológica, disminuye
también la defensa a enfermedades dérmicas: bacterianas, virósicas,
autoinmunitarias y cáncer.
Enfermedades dérmicas
comunes en los ancianos: Herpes zoster, Penfigoide ampolloso, Dermatitis por
estasis, Dermatitis seborreica, Xerosis, Prurito. Preocupan a los ancianos
otras manifestaciones dérmicas como: arrugas, encanecimiento, alopecía e
hipertricosis facial. Cicatrización de heridas y cáncer dérmico.
HERPES ZOSTER:
Es una erupción neurocutánea
localizada y dolorosa, causada por reactivación de un virus neurotrópico
latente, el herpes virus de varicela o el virus de varicela y zoster. A
diferencia de la varicela -frecuente entre jóvenes- el zoster lo es en
ancianos. La clínica médica señala como factores desencadenantes a:
traumatismos clínicos, tensiones emocionales, inmunosupresión (por fármacos o
padecimientos), radiación o ingesta de metales pesados.
Las complicaciones incluyen:
neuralgia (33% de los ancianos), parálisis motora y meningoencefalitis. Se
explican por cifras bajas de interferón y disminución de la inmunidad celular.
Formas clínicas: se
manifiesta mediante ampollas siguiendo la línea de los nervios intercostales, o
en la cara, afectando a los nervios facial u óptico. El virus queda, a partir
de la infección primaria, retenido (reprimido) en los ganglios, hasta que
aparecen las circunstancias favorables -factores desencadenantes- para su
manifestación sintomatológica, asociada normalmente a una baja en las defensas
(aflojamiento de la represión).
Hemos dicho (en el capítulo sobre inmunidad)
que el sistema inmunitario puede ser considerado como el concomitante somático
del narcisismo, en tanto representante de la defensa de la mismidad, de la
propia identidad. En consecuencia, la situación traumática debe afectar ese
narcisismo para que la virosis se desarrolle.
Las características clínicas
más notables de esta afección son la producción de ampollas y el dolor, a los
que se agrega su localización. Deberemos tener en cuenta que la ampolla expresa
el sentido de continente (vejiga, vesícula) mientras la secreción remite al
afecto llanto, expresado vicariantemente.
Esta sintomatología
deberemos entenderla como una manifestación de la problemática narcisista: a)
su localización nos da información simbólica de uno de los aspectos implícitos,
y b) la manifestación clínica -es decir, desde la neuro infección hasta la
formación de las vesículas- podrá permitirnos llegar a la comprensión del
objeto o parte del yo por el cual se lloraría.
En la espalda, el dolor
impide moverse, inclinarse, o bien se realizan esos movimientos con dolor, lo
cual puede ser vivido como la manera de evitar el doblegarse frente a un otro,
con la humillación consiguiente.
En la cara el dolor es
constante. La localización óptica -puede llevar a la perdida del ojo -queda
referido al castigo por animarse a ver lo prohibido, lo que “cuesta un ojo de
la cara”. .La gesticulación facial resulta inhibida por el dolor. lo cual
implica también que se manifiesta así la prohibición o la necesidad de evitar
la expresión facial de otros afectos.
DERMATITIS Y
ÚLCERAS POR ESTASIS.
Se la atribuye clínicamente
a la insuficiencia venosa. Se instala frecuentemente en miembros inferiores
sobre zonas varicosas, siendo la presencia de várices condición necesaria pero
no suficiente para la formación de úlceras. Clínicamente cursan en forma
crónica, rebeldes a la mayoría de los tratamientos habituales. Son causa de
inmovilidad y hospitalización de ancianos sanos en otros aspectos. En términos
generales, podemos considerar que estos pacientes también se sienten "en
la llaga", sentimiento común a los afectados por las diferentes
modalidades clínicas de úlceras: aftas, ulcus gastroduodenal, colitis ulcerosa,
etc.
Sobre un "terreno
propicio" -tejido mal irrigado- aparece una lesión que a la postre
determina que por necrosis tisular, aparezca la úlcera, dejando en evidencia un
espacio vacío, muerto, muy difícil de llenar con tratamientos que resultan ser
largos y costosos. Aparentemente, una problemática interna puede ser expresada
en el exterior de forma tal que nos sugiere la representación de la pérdida de
algo afectivamente valorado que se da por muerto, siendo esta pérdida muy
difícil de sustituir y/o reparar. A
diferencia de la úlcera gástrica, en el caso presente la úlcera aparece "a
ojos vista", mostrando al observador el estado del paciente. La ubicación
en la pierna determina su inmovilidad y su internación. Será preciso investigar
si el anciano úlcerado está cursando un duelo, ya sea por la pérdida de un
objeto querido, o por la perdida de alguna función yoica, por ejemplo, su
elasticidad como capacidad de adaptación (duelo narcisista) La pérdida de la
elasticidad de los vasos determina que el diámetro de éstos aumente y se
rigidicen, dejando las válvulas de cumplir su función de evitar la rémora del
flujo sanguíneo. Esto da como resultado que se acumule la "mala
sangre", producto de los recuerdos penosos reprimidos, lo que se evita
"volver a traer al corazón" (re-cordar: recordis). La úlcera, entre
otras cosas, representa el retorno de lo reprimido bajo la forma de síntoma,
señalando que existe un conflicto inconsciente.
La pérdida de elasticidad de
la que hablábamos más arriba queda conectada con una modalidad general del
anciano, la pérdida de la flexibilidad. Esta es otra manera de manifestarse una
personalidad que ha perdido su capacidad de adaptarse a las nuevas
circunstancias, lo que también encontrábamos cuando hablamos de los trastornos
articulares. A diferencia de éstos, mediante los cuales el anciano se rigidiza
para no perder, con la úlcera por estasis se está señalando: la perdida, en el
tejido necrótico, y la postración, la dificultad para "seguir caminando en
la vida" y reparar o regenerar lo perdido.
PRURITO
El prurito es uno de los
síntomas más comunes en dermatología, y obedece a distintas etiologías: a)
provocadas por picaduras o sustancias pruriginosas; b) en las dermatosis; c)
tóxicas medicamentosas: d) autotóxicas. Tal vez el más interesante sea el
prurito condicionado centralmente.
En términos generales, la
picazón implica "irritación". Desde el punto de vista psicológico, el
prurito representa una pasión, una excitación que no ha sido suficientemente
hecha conciente. Puede ser una excitación sexual, y el acto de rascado adquirir
la connotación de una masturbación; puede ser expresión de sentimientos
agresivos -la "pica" que se tiene contra alguien- y el rascado la
manera de dirigir la agresión contra el propio yo, o el deseo de desprenderse
de lo rechazado; en fin, un deseo que permanece inconsciente y que debe ser
reconocido.
Hay pruritos que, por su
localización, pueden ser más fácilmente reconocidos en su sentido, por ejemplo
el prurito anal o genital. Otras veces el prurito que comienza por ser anal es
reprimido y se desplaza a otras zonas del cuerpo o se generaliza. Corresponde a
fantasías anales inhibidas.
DERMATITIS SEBORREICAS:
Normalmente la dermatitis
seborreica aparece en niños y en púberes. También esta dermatopatía suele ser
muy frecuente en los ancianos. Además de la dermatitis seborreica que aparece
en el Parkinson, esta dolencia queda asociada a épocas de tensión y fatiga,
atribuida a factores neurológicos. Pese a que se le pueden asignar papeles
etiológicos a bacterias, sebo, levaduras, y grado de limpieza, esta patología
no puede presentarse sin la activación de las glándulas sebáceas
correspondientes. En consecuencia, se la puede comprender como la expresión
sintomática y simbólica de una regresión a estadios infantiles del desarrollo.
Si la dermatitis seborreica del bebé puede ser entendida como la persistencia
del unto fetal, una defensa regresiva (a un estadio prenatal) en relación al
actual contacto con su madre que es vivido por el niño conflictivamente, en el
anciano se deberá comprender cual es el vínculo que reproduce un conflicto
similar actual. En otras palabras, se tratará de reconocer en la red vincular
del anciano aquel personaje de su entorno del cual él siente que debe
defenderse. La patología da cuenta de la magnitud del conflicto actual, en
tanto el anciano requiere para su defensa la regresión a aquel conflicto
infantil primigenio que este síntoma expresa.
PSORIASIS
Las fantasías inconscientes
que se expresan en los pacientes psoriásicos a través de su lesión son:
1) el sentimiento de estar
en "carne viva";
2) la fantasía de
"estar escamado";
3) la fantasía de cambiar de
identidad
Estos pacientes son de los
que más habitualmente refieren la aparición de su enfermedad como consecutivas
a una pérdida, que es vivida como un abandono cruel, que lo deja desprotegido,
despellejado, en "carne viva". Son personas que se sienten expuestas
a críticas, experimentadas como burlas sarcásticas, hirientes. La
paraqueratosis es un intento de tapar estas heridas rápidamente (como rápida es
la reproducción de las células epidérmicas, que mueren jóvenes), resultando en
último grado un intento fallido. Al golpe de cureta, las escamas desprendidas
ponen al descubierto la herida que sangra, representación corporal de la herida
en el amor propio; en la inmadurez de las células, aparece lo inmaduro de la
defensa.
Es decir que el psoriásico,
que se siente débil y vulnerable, intenta cubrir esa debilidad que le provoca
vergüenza (Korovsky, 1978) de la misma manera como encontramos a menudo la
estructuración de un carácter duro y áspero por fuera y blando por dentro, como
una caparazón protectora (Chiozza, 1993).
La expresión "estar
escamado" alude al sentimiento de desconfianza -prevención contra una
experiencia penosa ya experimentada- que encontramos en el psoriásico, y que es
precisamente la que le impide, entre otras cosas, acercarse adecuadamente a
aquellos de quienes podría recibir las caricias necesitadas o sus equivalentes,
los elogios. Con lo que la aparente caparazón protectora, en realidad también
los aísla.
SEXUALIDAD EN LOS ANCIANOS
El ser humano es el único
animal que con su sexualidad, aparte de la procreación, busca el placer. A
medida que pasan los años, y la mujer pierde su capacidad reproductiva, la
sexualidad adquiriría la exclusividad de ser fuente de satisfacción.
Paradójicamente, en las mayorías de las sociedades occidentales, es posible
observar que, frente a esta perspectiva placentera, el ser humano reacciona
restringiéndola, limitándose en sus posibilidades de alcanzarla.
Trataremos de encarar los
aspectos culturales, sociales, psicológicos, biológicos e ideológicos que
determinan esta situación.
De acuerdo a lo observado en
la clínica, podemos dar cuenta de que las vicisitudes asociadas a la sexualidad
del anciano, tanto desde el punto de vista de los jóvenes como desde el de los
propios ancianos, siguen vinculadas al Complejo de Edipo.
El viejo de hoy es el
heredero del niño de ayer. Los conflictos con la sexualidad infantil que en el
adulto determinaron las actitudes neuróticas, suelen replantearse en forma
conflictiva a este mismo adulto con respecto a la sexualidad de sus padres
actuales, ahora ancianos.
Asumir por parte del adulto
joven que su pareja edípica infantil mantiene todavía una vida sexual activa,
implicaría actualizar estas fantasías con un mayor grado de realización
factible -incluso más que en la adolescencia-. Una forma de eliminar toda esta
conflictiva es desmentir o negar la sexualidad de los ancianos, lo que adquiere
realización en la actitud que la sociedad toda asume ante ellos como el negar,
reprimir, o no dar espacio a la sexualidad de los viejos. (Esto último queda más evidenciado
cuando sistemáticamente fracasamos en la búsqueda de un espacio y de un tiempo
destinado a la sexualidad en casi el 100% de las “casas para ancianos”
-eufemísticamente llamadas “casas de salud”- en todo el mundo).
Actitud
retaliativa en el ejercicio del poder.
Otro aspecto que puede ser
observado y entendido desde la óptica edípica en que estamos analizando la
problemática, debe ser asociado a una retaliación inconsciente por parte del
hijo hacia sus padres.
En el pasado, el padre en su
ejercicio de La Ley, castró simbólicamente a su hijo negándole el acceso a su
deseo incestuoso con la madre.
En el presente, el hijo,
retaliativamente tal cual lo expresamos, “devuelve la atención” negándole toda
vía de expresión de su sexualidad, también castrándolo simbólicamente.
Por otra parte, cuando el
anciano asume el rol asexuado proyectado por sus hijos, está sometiéndose a
ello, obteniendo el beneficio secundario de no tener que elaborar una serie de
problemas a los que debería enfretarse en el caso de querer readaptar su
sexualidad a las posibilidades psicosociofisiológicas del momento que vive.
Algunos de los trastornos a
los que aludimos son:
En
el caso del hombre, la impotencia, que puede obedecer a causas
psicológicas que afectan la función o a trastornos vasculares orgánicos. Sin
embargo, coherentemente con la postura sostenida a lo largo de esta obra,
recordamos que toda patología orgánica tiene también su sentido psíquico.
·
Impotencia
vascular
Los trastornos vasculares referidos a las vías aferentes de los cuerpos
cavernosos del pene, dan como resultado dificultades en la erección. Esta
lesión, puede ser consecuencia de una patología general del aparato vascular,
que adquiere significativa importancia para el anciano al afectar el área
genital.
Dentro de este contexto vascular, en lugar de asumir “la impotencia”,
ésta se desplaza por la patología de base. Dicho de otra manera, el anciano
-concientemente- evita la vida sexual previniendo así una serie de
complicaciones asociadas (arritmias, disneas, etc.) en lugar de enfrentarse a
las dificultades que implicarían la readaptación de su sexualidad. ya que estas
demandan un esfuerzo narcisista que este
anciano no podría asumir.
Desde otro punto de vista, aceptar la impotencia podría tener el
sentido de admitir la renuncia a una función importante con el objeto de
conservar la vida. Así, se asume mediante esta manifestación somática una
alternativa válida a la muerte por infarto, por ejemplo, provocado por una
insuficiencia coronaria en el transcurso de una relación sexual.
Tanto en un caso como en el otro, queda de manifiesto que en toda
disfunción sexual se expresaría una fantasía tanática.
En el caso de aparecer una impotencia vascular no asociada a una
patología general vascular, se hace más notorio y evidente nuestras
afirmaciones anteriores respecto a los contenidos edípicos y la angustia de
castración.
·
Impotencia de
origen psicógeno
Una vez que es posible descartar toda raíz orgánica de la disfunción sexual masculina,
se debe asumir el origen psicológico de la impotencia.
Esto debe guiar al clínico para dilucidar los factores desencadenantes
de la misma y su valoración afectiva por parte del sujeto para poder comenzar
un abordaje psicoterapéutico del mismo..
Tal como se ha señalado más arriba, los elementos del complejo de Edipo
están directamente asociados a esta conflictiva.
Cabe señalar que abordajes no psicoanalíticos -conductuales- suelen tener
un nivel de éxito muy importante.
En el caso de
la mujer, la problemática suele ser más compleja que la masculina como
consecuencia de los factores que intervienen.
A diferencia del hombre, sucede en la mujer que a partir de determinado
momento del desarrollo comienza un proceso -la menopausia- determinado por factores hormonales de
transformación de toda su sexualidad.
Aspectos biológicos, psicológicos y socioculturales se entremezclan
para dar forma a un cuadro que adquiere características individuales,
pudiéndose establecer algunos parámetros constantes que resisten un análisis
transcultural.
Esto nos permite afirmar que cada mujer va a vivir su menopausia de
acuerdo a cómo ha vivido su desarrollo psicosexual previo a esta etapa.
Una vez que los estrógenos comienzan a escasear en el torrente
sanguíneo femenino, una serie de órganos y tejidos se ven afectados por esta
falta.
En líneas generales y de acuerdo a lo que en estos momentos nos
interesa deberemos señalar que:
Tanto la mucosa vaginal como su flujo se ven alterados en sus aspectos
cuantitativos y cualitativos.
La mucosa vaginal se va atrofiando paulatinamente perdiendo su
elasticidad y capacidad de ser penetrada con facilidad.
Paralelamente, la lubricación que acompañaba normalmente a la excitación
se ve disminuida en su cantidad, alterada en su calidad y el tiempo de
secreción se retrasa.
Esto hace más complicada y dolorosa la penetración. Pese a que los
procesos fisiológicos son similares en todas las mujeres, no todas ellas
presentan las dificultades que se deberían esperar o que se registran en
algunos casos.
Esto nos ayuda a comprender que la valoración psicocultural que tiene
la mujer de sí misma va a ser un factor importante en la dilucidación de esta
problemática.
Tanto es así, que en sociedades donde la mujer es valorada y
recompensada una vez que ha cruzado el umbral menopáusico, la mayoría de la
sintomatología común en la mujer occidental, se desconoce.
·
Vaginismo o
dispareunia es la manifestación del coito doloroso, habitualmente provocado por
una contracción de los músculos vaginales. Esta disfunción, habitualmente de
claro origen psicológico, se vería incrementada en la mujer posmenopáusica.
Pero también, como se señaló en su momento, no se presenta en la mayoría de
estas mujeres.
Es pues posible interrogarse sobre los factores que estarían
determinando la aparición de éste síntoma. Sin pretender dar una respuesta
definitiva a este interrogante proponemos comprender este síntoma como una
manera de expresar por parte de la mujer su disconformidad con la vida sexual
activa, tanto en el presente, como las fantasías asociadas a una vida sexual
futura.
En una sociedad en donde la mujer suele ser educada para “servir” los
deseos de su marido dentro de un contexto carente de comprensión y afecto, una
vez que la maternidad desaparece del horizonte y donde la sexualidad sólo sería
entendida como la satisfacción de su compañero, el vaginismo podría ser una
forma de expresar su oposición a la
penetración
·
Otras manifestaciones patológicas que pueden
determinar dificultades en la esfera sexual son lar enfermedades
osteoarticulares, especialmente las de columna, cadera y articulaciones
coxofemorales. Estas aparentemente estarían desvinculadas de las disfunciones
sexuales como tales en la medida en que aparecen como “justificativos
razonables” de la apraxia sexual. Pero no debemos olvidar que si estamos frente
a una patología que repercute en la sexualidad del sujeto, resulta necesario
tratar de comprender a ésta no sólo como un efecto secundario, sino como parte
integrante del mosaico de fantasías que seguramente interviene en la
significación de ambos síntomas.. Si en el capítulo dedicado a la patología
osteoarticular hacíamos referencia a la dificultad de articular soluciones a la
problemática narcisista que el paciente presentaba, en estos casos debemos
plantearnos investigar las dificultades de “articular” la sexualidad del sujeto
en su momento actual.
·
De igual manera, las patologías cardiorespiratorias
pueden adquirir especial significación en la sexualidad, generando dificultades
cuando ellas adquieren relevancia. Muchas veces los pacientes preguntan si les
está permitida la actividad sexual, que es vivida como una amenaza peligrosa. Y
en realidad, lo que en estos casos debe ser evitada no es la sexualidad en sí
sino las exigencias desmedidas para la situación actual real, que impone
límites a los esfuerzos.
Es en este momento donde la personalidad debería ser lo suficientemente
elástica para buscar y encontrar nuevos caminos de gratificación libidinal.
Cuando ello está dificultado, parece comprensible que la problemática esté
centrada en la rigidez, la dificultad de las nuevas articulaciones, que también
afectan a la sexualidad.
En una encuesta realizada en
el Servicio de Geriatría del Hospital de Clínicas de Montevideo, en 1989 de un
total de 75 ancianos entre 65 y más de ochenta años, veintiocho hombres y
cuarenta y siete mujeres, se pudo constatar, después de la aplicación de un
cuestionario (aleatorio, anónimo y voluntario) los siguientes resultados, que
pasamos a detallar.
Al ser
interrogados acerca de si consideraban adecuada la sexualidad a su edad, los
resultados fueron los siguientes:
Los hombres (28 del total de
la muestra) respondieron afirmativamente en el 68 % y en forma negativa el 25
%. No contestó el 7 %.
Por su parte, las mujeres
(47 del total de la muestra), se manifestaron por la afirmativa el 47 %, por la
negativa el 47%, y no respondieron el 6 %.
Un hecho importante a
destacar es que el 89 % de la muestra manifestó tener la privacidad suficiente,
o por lo menos adecuada. Este dato deberá ser tomado en cuenta a medida que
avancemos en el análisis de la encuesta.
De acuerdo a estos primeros
datos, podemos señalar que hay un 21 % más de hombres que mujeres que
consideran adecuada la sexualidad a su edad. Esto nos puede señalar la
incidencia de la valoración cultural en cuanto a la sexualidad de los viejos.
Al ser interrogados sobre si
sienten o no deseos sexuales, los datos arrojados por la muestra fueron los
siguientes:
El 36 % de los hombres
dijeron que sí, mientras que el 61 % de ellos respondieron negativamente,
absteniéndose sólo el 3%.
Las mujeres , en el 28 % de
los casos, se manifestaron por la afirmativa, en tanto que el 66 % de ellas
contestó negativamente, no respondiendo en este caso el 6 %.
¿Cómo explicar que más del
60 % de la muestra niega experimentar deseos sexuales?
La respuesta podría surgir
de lo planteado líneas más arriba, cuando se sostenía que el anciano, en una
ecuación regida por el displacer, acepta o está dispuesto a negar su sexualidad
como camino menos displacentero que elaborar y replantearse una sexualidad
adecuada a su situación actual. Lo que aquí se pone en juego es que
narcisísticamente puede resultar menos costoso renunciar manifiestamente a la sexualidad,
que asumirla en la nueva dimensión en que ésta debería ser expresada.
Paralelamente, los ideales
socialmente imperantes señalan la imagen de
un anciano desexualizado, asumida por éste so pena de ser considerado “
un viejo/a verde”.
Se les pregunta si mantienen
o no actualmente relaciones sexuales.
En este caso, el 36 % de los
hombres se manifestaron afirmativamente, mientras que el 61 dio una respuesta
negativa, y el 3% no contestó.
Sólo en el 6 % de las
mujeres reconocieron mantener relaciones sexuales en la época de la encuesta,
el 91 % contestó negativamente y el 3 % no respondió.
De acuerdo a estos datos,
presentaremos algunas observaciones que nos resultan interesantes.
El 36 % de los hombres
manifiestan sentir deseos sexuales y ese mismo porcentaje mantiene relaciones.
Las mujeres plantean una
situación muy distinta. Mientras que el 28 % de ellas aceptaban sentir deseo
sexual, sólo un 6 % reconoce tenerlas.
Cuando a este conjunto de
ancianos se le preguntó si estaban satisfechos con su sexualidad actual, tanto
las mujeres como los hombres contestaron afirmativamente en el 64 % de los
casos; obteniéndose un respuesta negativa en el 21 % de los hombres y el 23 %
de las mujeres.
Es decir, que la mayoría de
ambos sexos está satisfecha con que el 91 % de las mujeres y el 61 % de los
hombres han renunciado a mantener relaciones sexuales.
Cuando a este mismo grupo se
le pregunta si modificaría su vida sexual actual, el 75 % de los hombres y el
87 % de las mujeres respondieron negativamente.
Es decir, que la mayoría se
muestra aparentemente de acuerdo con su situación, aunque ello implique la
renuncia a su vida sexual. Se hace necesario dar una explicación a este hecho.
Creemos que el mismo obedece
a un planteo de economía libidinal: resultaría menos penoso renunciar a la vida
sexual activa que asumir los cambios necesarios a introducir para adecuar esa
sexualidad a las reales posibilidades psicofísicas actuales.
Finalmente, aportaremos
otros datos resultantes del cruzamiento de dos variables: sexo y estado civil.
En el caso de las mujeres:
Las viudas, que son el 47 %
del grupo encuestado, todas están solas (no manifiestan tener una pareja
actual). El 82 % niegan tener deseos sexuales. El 96 % dicen no mantener relaciones sexuales y el 43
% de estas mujeres no modificarían su situación actual.
Respecto a las solteras, que
resultaron ser el 21 % del total de las mujeres encuestadas, podemos señalar:
el 50 % considera adecuada la sexualidad a su edad; el 100 % de ellas
manifestaron no tener deseos, no tener relaciones, y no querer modificar su
situación actual. El 70 % de las mujeres solteras están satisfechas con su
situación actual.
La mujeres casadas
resultaron ser el 26 % de las encuestadas.
El 83 % vive en pareja y
considera adecuada la sexualidad a su edad. Sólo el 25 % de las casadas
manifestaron tener deseos sexuales. El 50 % de esas mujeres afirmaron no
mantener relaciones sexuales, estar satisfechas con su situación actual y no se
plantearon modificarla.
En la muestra no hubo
mujeres divorciadas en cantidad significativa, por lo que no aparecen.
Destacaremos que el 25 % de
las mujeres casadas no manifiestan tener deseos sexuales, y sin embargo siguen
manteniendo relaciones sexuales con su pareja. Nos preguntamos si ésta habrá
sido la actitud mantenida a lo largo de toda su vida matrimonial.
En el caso de las viudas, en
que el 82 % de ellas no manifiestan deseos sexuales, y el 91 % no cambiaría su
situación actual, es posible plantear que factores culturales podrían estar
determinando esta actitud. Una vez que “han cumplido” con su esposo, que ya han sido mujeres, madres y hoy en día
son abuelas, ¿para qué sexo?.
En el caso de las solteras
nos faltan datos sobre su sexualidad anterior, siendo el grupo que aparece más
inhibido, lo que resulta comprensible si tomamos en consideración las mismas
pautas culturales que planteamos en el caso de las viudas.
Los hombres:
El 29 % se declararon viudos
y el 25 % de ellos mantienen relaciones sexuales. El 62 % de los viudos
considera adecuada la sexualidad a su edad y manifiestan deseo; sin embargo más
de la mitad (60 %) de este 62 % no mantiene relaciones sexuales.
Los casados son el 68 % de
la muestra; el 95 % de ellos vive en pareja; el 74 % de la totalidad de los
casados considera adecuada la sexualidad a su edad. De la totalidad de los
casados, el 78 % manifiesta tener deseos sexuales. De este 78 %, el 37 % no
mantiene relaciones sexuales , y de éstos sólo el 11 % no lo hace por disfunciones
sexuales.
Divorciados y solteros no
han sido incluidos por ser estadísticamente no representativos.
Lo que se puede señalar de
los datos aquí expresados podría resumirse de la siguiente manera :
1- La sexualidad en el
anciano presenta una rica variedad de opciones que desmiente el concepto social
que la descalifica.
2- El renunciamiento
aparentemente voluntario a su sexualidad se nota como significativo.
3- Este renunciamiento
refleja la comunión de aspectos psicológicos, biológicos y sociales a los cuales
el anciano se aferraría como una forma de evitar el replantearse todas las
modificaciones que tal vez le serían necesarias.
La adecuación a estas
condicionantes biopsicosociales no pueden ser especificadas, ya que las mismas
deberán ser aceptadas basadas en la historia sexual de cada sujeto. Así como en
la evolución de la sexualidad desde la
satisfacción oral, pasando por una serie de opciones y variaciones, se
llega a la satisfacción genital, se deberá asumir que esta misma historia
personal deberá guiar al anciano en la búsqueda de nuevas (¿viejas?) fuentes de
placer.
Es
por ello que proponemos diferenciar las patologías sexuales que provienen de la
historia del sujeto y se mantienen durante la vejez, las regresiones
patológicas que pueden aparecer en el curso de procesos demenciales,y lo que
consideraríamos como “regresiones normales”, propias de la sexualidad
TRASTORNOS DE LA MEMORIA EN
EL ANCIANO
La memoria es
la función que permite el reconocimiento de sí mismo y de los otros a través
del tiempo (pasado), lo que nos hace seres históricos. Está directamente
vinculada a la capacidad de evocación, aunque no solamente sea ésta la única
forma de recordar.
Aunque no entraremos aquí a
discriminar los distintos tipos de memoria, con un criterio de presentación
resumida y siguiendo el punto de vista de la neuropsicología, mencionaremos las
memorias a corto y a largo plazo.
Por otro lado, el
psicoanálisis nos habilita a reconocer otras tres formas de recordar, además de
la ya mencionada evocación: a través de los sueños, toda vez que éstos trabajan
con los deseos infantiles, los síntomas neuróticos y la transferencia (en
tanto, según Freud, el repetir es una forma de recordar). Nos referiremos a la
acepción más común, la evocación, siendo el olvido la queja más habitual en las
personas de edad avanzada.
Así mismo, podemos
plantearnos que existen habitualmente dos formas de olvidar: una depende del
proceso de represión, la otra del desgaste de los recuerdos, como ocurre en los
duelos. En el anciano, además, se presenta el olvido asociado a procesos de
deterioro.
Los casos denominados de
"pérdida normal" de la memoria en los ancianos, en nada se
diferencia, desde el punto de vista de los mecanismos en juego, de los olvidos
en personas más jóvenes. Sin embargo, es común que se la atribuya a procesos
vasculares o de otro tipo cuando es un anciano quien se queja de este síntoma,
por lo que resulta necesario hacer un adecuado diagnóstico diferencial,
descartando los cuadros orgánicos, en primera instancia, (vasculares, de tipo
Alzheimer, mixtos), efectos secundarios de medicaciones (ver más adelante), y
cuadros psiquiátricos que puedan traer como consecuencia alteraciones en la
memoria.
Debemos mencionar que, si
bien la unidad funcional de la memoria es la neurona (Primbram, K. H; Lorenz K.
y otros (1976)), y que, de acuerdo a lo que se entiende hoy en día,
en cada una de ellas, se almacenaría un dato, el problema del olvido está
directamente vinculado a "cadenas asociativas" en las que se ponen en
juego una serie de neuronas direccionadas por su contenido o por su ubicación
topográfica en el cerebro. Tanto Freud (1901) como Papez -quien describiera el
Círculo Límbico- (en Francis Leukel, 1978), hacen mención de la posibilidad
asociativa de acuerdo al contenido. Mientras el último habla refiriéndose
exclusivamente al dato almacenado, el primero incluye también la situación
afectiva predominante en el momento del registro unido al dato
Esto abre dos posibilidades
o caminos para estudiar el "olvido” como incapacidad de reencontrarnos con
un dato almacenado. Uno sería la investigación del valor cognitivo del dato en
sí; el otro, el afecto asociado a éste.
Cuando el valor cognitivo
del dato remite a una experiencia vivida en forma traumática o dolorosa por el
sujeto, es fácil entender que se quiera olvidar. En este caso, podemos estar
olvidando tanto el dato como la cadena asociativa que él integra.
En el caso del afecto, como
por ejemplo el sentimiento depresivo (y recordemos aquí que la depresión en el
anciano habitualmente viene acompañada de lo que se observa como pérdida de
memoria) se deberá conocer a qué dato dicho afecto está ligado.
Cuando el "dato"
queda asociado a un determinado afecto displacentero que no ha podido ser
descargado, es reprimido y con él sofocado el afecto correspondiente. De esta
forma, se logra eliminar un recuerdo displacentero e implícitamente el dato que
lo acompañaba.
El anciano, que intenta
infructuosamente recordar el dato, se queja de su pérdida de memoria sin advertir
que está evitando una situación más displaciente que la desmemoria misma.
Resulta tradicional decir
que el anciano pierde su memoria de hechos más recientes (memoria anterógrada)
mientras que paralelamente conserva la memoria de hechos antiguos (memoria
retrógrada). Para poder explicar ésto, deberemos tener en cuenta que los datos
que el anciano no puede recordar están asociados a experiencias displacenteras
recientes en las que no ha podido expresar (desgastar) abiertamente su
disconformidad. Al reprimir el recuerdo de la situación displacentera, está a
la vez reprimiendo estos datos.
No siempre es posible
reaccionar frente a determinados hechos -y más aún frente a las pérdidas.
Aspectos culturales, sociales, emocionales o cualquier otro de la realidad, lo
pueden impedir o hacerlo inconveniente.
Cualquiera sea el motivo, se
deberá asumir que por no haber podido procesar una respuesta adecuada, esta
situación quedará necesariamente asociada a un hecho desagradable.
No sólo éste estará presente
en sí, sino que además se verá asociado al recuerdo del sentimiento de
impotencia, lo cual constituye una herida narcisista.
Es por eso que clínicamente
se puede aconsejar, en los casos donde aparece este tipo de olvido, que
paralelamente se exploren los acontecimientos vitales recientes más importantes
para el anciano.
Deberemos dejar constancia
de la diferencia existente entre estos mecanismos de olvido y los asociados a
procesos de deterioro cognitivo intelectual.
Mientras que hasta ahora se
han mencionado casos de olvidos reversibles (tanto mediante modificación en la
medicación como por psicoterapia dirigida a la problemática), en el caso de los
olvidos "irreversibles" debemos recordar que se está hablando de la
pérdida de las bases fisiológicas de la memoria, es decir, de las neuronas.
Tanto en los casos de
infartos múltiples, de enfermedades de tipo Alzheimer o de procesos mixtos, la
muerte neuronal implica la pérdida definitiva de los datos almacenados en
ellas.
Por ser vital en la clínica
el poder llegar rápidamente a un diagnóstico presuntivo o diferencial entre
estos dos tipos de pérdida de la memoria , es que ofreceremos a continuación
aquellos aspectos diferenciales más importantes de la pérdida de la memoria
normal del anciano o pérdida reversible.
SEMIOLOGÍA DE LA
"PÉRDIDA NORMAL" DE LA MEMORIA EN EL ANCIANO
·
Dificultad para recordar SÓLO determinados datos :
nombres,
personas, objetos, números, fechas, etc.
·
Esta dificultad es sólo transitoria y reversible
·
Los olvidos son parciales, no abarcando períodos
completos de vida (afectándose por lo general acontecimientos recientes en la
vida del anciano).
·
No es progresiva: al olvido de un nombre no se suma
el olvidarse cómo vestir una camisa .
·
No se pierden:
los
sentimientos hacia la familia
la orientación
témporoespacial
la capacidad
para razonar
el juicio
·
No interfiere con la vida diaria; no lo aleja ni lo
limita de la vida habitual. Puede seguir saliendo solo, viajar en un ómnibus y
saber dónde bajarse.
·
Sabe administrar su dinero, su tiempo libre;
mantiene su actividad psíquica y social incambiada.
Esta buena
conservación es lo que da pie a que sea
el propio
anciano quien consulte por "pérdidas de
memoria".
·
La dificultad para recordar se puede agravar cuando:
la vista o el
oído no funcionan correctamente;
falta la
atención o el interés.
Fluctúa el
estado o el ánimo del sujeto.
Interactúan
drogas que provocan dificultad para la
concentración, la atención o la memoria:
sedantes,
ansiolíticos, hipnóticos,
tranquilizantes,
antidepresivos;
antiparkinsonianos,
cardiovasculares:
betabloqueantes
alfa metil dopa
cloridina
reserpina
anticolinérgicos en general
·
Se presenta asociada a enfermedades:
cardiovasculares
respiratorias
osteomusculares
neurológicas
psiquiátricas
que una vez
superadas, desaparecen los síntomas mnémicos.
·
También se ve asociada a toxicomanías
alcoholismo,
etc
CONCLUSIONES
La pérdida
"normal" de la memoria del anciano debe diferenciarse de la
patológica. Mientras que ésta se asocia a procesos de deterioro irreversibles,
la primera nos señala un momento existencial de difícil manejo para el anciano.
Entendiendo la "Perdida
Normal" como un síntoma, deberemos profundizar en el momento vital del
anciano, el estado de su personalidad, y la capacidad de éste para hacer frente
a los cambios y a las pérdidas que caracterizan esta etapa de la vida.
El correcto manejo de la
ansiedad y la depresión en particular, o de la problemática narcisista en
general, serán importantes para poder superar esta dificultad.
Los "ejercicios de
memoria", habitualmente recomendados por neurólogos y geriatras, suelen
ser de importante ayuda en la clínica, pero si no se toman en cuenta los
aspectos anteriormente mencionados, a la postre, solamente se estará tratando un aspecto de esta compleja
problemática.
SENILIDAD
Señalamos en el
capítulo inicial sobre “Envejecer, envejecimiento y deterioro” las diferencias
entre envejecimiento normal y patológico.
Aquí nos dedicaremos a
mencionar, en relación con el segundo término, algunos aspectos del deterioro
cognitivo intelectual del anciano.
Para comenzar, debemos
señalar la diferencia entre los procesos permanentes y los reversibles.
Entendemos por procesos
reversibles aquellos en los que, una vez que se ha eliminado la causa, el
anciano recupera su capacidad. Dentro de estos casos podemos señalar, entre los
más frecuentes, los efectos de la acción de sustancia medicamentosas indicadas
en dosis mayores de las adecuadas para ancianos. Una vez que las dosis son
normalizadas, el anciano recupera su estado anterior.
En cuanto al deterioro irreversible,
es aquél que aun cuando pudiera removerse la causa original que diera lugar al
proceso, éste no desaparece, sino que por el contrario avanza hasta la pérdida
total de las capacidades cognitivo-intelectuales del sujeto.
En este caso, podemos diferenciar
tres tipos de deterioro:
1) Global, que se
caracteriza por abarcar todas las funciones cognitivas al mismo tiempo y con
idéntica intensidad, como es el caso de la demencia tipo Alzheimer.
2) Multiinfarto. Es el
resultado de una serie de infartos cerebrales a nivel capilar que comprometen a
todo el cerebro y que su importancia patológica estará en función del área
afectada y de la cantidad de infartos en la misma. Esta es la forma clínica en
que se incluye actualmente lo que antes se denominaba “demencia
arterioesclerótica”.
3) Procesos mixtos, que
combinan los dos mecanismos anteriormente descriptos.
Desde el punto de vista de
la dinámica interna, debemos marcar diferencias significativas entre el
deterioro global y el multiinfarto. El deterioro global, por su carácter de
tal, al afectar uniformemente la personalidad del sujeto, presentará
características de progresivo e irreversible, mientras que en el caso del
multiinfarto podrá observarse un movimiento “pendular” de la personalidad, que
variará de acuerdo a la aparición y remisión de los distintos infartos a nivel
del cerebro. Pese a lograrse mejorías (en el caso de la isquemia cerebral),
éstas siempre implican una serie de pérdidas que, sumadas a las anteriores, dan
como resultado el aumento progresivo del deterioro cognitivo intelectual y
afectivo.
En tanto en el caso del
paciente con multiinfarto cerebral, muchas veces los aspectos conservados
permiten tener conciencia de aquellos que se van perdiendo, en el caso del
paciente con deterioro global, si bien en sus comienzos es conciente del
cambio, muy pronto deja de preocuparlo.
Clínicamente en ambos casos
se observa una depresión, reacción afectiva frente a la pérdida de una parte
del yo. En el deterioro global el cuadro suele extenderse menos en el tiempo y
su sintomatología va desapareciendo a medida que el deterioro se profundiza. En
el multiinfarto los síntomas son más prologados.
La importancia de las
depresiones se hace crucial en la etapa diagnóstica cuando se presenta ante
nosotros una persona con sus capacidades disminuidas y debemos realizar un
diagnóstico diferencial para poder adjudicar el bajo rendimiento a:
1- la depresión,
2- el deterioro,
3- la suma de ambos.
En los casos 2- y 3- se hace
imprescindible determinar el tipo de deterioro presente, ya que la
fármacodinamia actual permite abordajes distintos (tomando en cuenta los
neurotrasmisores puestos en juego en cada uno de los casos).
EL DIAGNÓSTICO
EN LA DEMENCIA
La demencia es un síndrome,
lo que está implicando que se deberá observar la presencia o ausencia de una
serie de variables para llegar al diagnóstico presuntivo. Esto se hace más
notorio en el caso de la demencia de tipo Alzheimer, ya que su diagnóstico
positivo es posible, por ahora, sólo ante una biopsia cerebral y el recuento de
plaquetas.
Esa característica de ser un
sindrome nos enfrenta a una serie de aspectos clínicos a ser tomados en cuenta:
1- El diagnóstico es el
resultado de un proceso que se debe mantener y reconfirmar a lo largo del
tiempo.
2- La posibilidad de un
deterioro reversible debe estar presente en las primeras etapas diagnósticas.
3- El proceso diagnóstico
debe abarcar la mayor cantidad de variables conocidas , lo que demanda una
batería completa (protocolizada) y compleja.
4- Este diagnóstico debe ser
realizado por un equipo interdisciplinario en que cada uno de los especialistas
aportará en la verificación de cada
variable
A continuación se presentará
un resumen de los aspectos conductuales habitualmente observables en la
demencia de tipo Alzheimer
En la clínica los síntomas
aparecen de manera insidiosa, y evolucionan en forma constante y progresiva,
pudiéndose diferenciar tres estadios.
ESTADIO 1
Aparecen trastornos de
memoria.
Dificultades en actividades
laborales y domésticas.
Se desorientan en el
espacio; todavía conserva rutinas tales como vestirse solo.
Aparecen trastornos del
lenguaje: dificultad para encontrar las palabras; repeticiones.
Conserva una reducida
capacidad de resolver situaciones nuevas.
Desde un punto de vista
afectivo puede observarse: apatía; falta de iniciativa; incapacidad para
disfrutar; síntomas hipocondríacos ; inquietud; depresión; ansiedad o
irritabilidad; vivencias persecutorias.
ESTADIO 2 -
La memoria presenta un
deterioro progresivo en la capacidad retentiva.
Dificultad para reproducir
un modelo tridimensional.
El lenguaje sufre un
empobrecimiento, notándose que se afectan primero los nombres propios, los
vocablos abstractos y los específicos. Se conservan mejor los verbos auxiliares
o genéricos, los pronombres y las preposiciones; aparece el uso de términos
genéricos, artículos indeterminados y pronombres. Palabras usadas en contextos
distintos e inapropiados, siendo cada vez más difícil de entender.
Afectividad: cada vez más
indiferencia.
Inquietud motora; tendencia
a deambular. Incontinencia esfinteriana.
ESTADIO 3
Cada vez resulta mayor el
deterioro intelectual.
Se incrementan las
dificultades en la praxis (ya no se puede vestir solo). No puede imitar figuras
geométricas con cubos(primero hay aproximación al modelo, luego superposición
con él).
Memoria defectuosa.
Mala orientación. No
reconoce caras.
Lenguaje muy reducido,
pudiendo llegar al mutismo.
Alteración del espacio
corporal y exterior.
Pérdida del espacio
especular (el paciente va a buscar objetos detrás del espejo).
EL SENTIDO DE LA DEMENCIA.
¿Qué es lo que nos dice un
demente con su padecimiento?
Hasta ahora hemos planteado
aquellos aspectos sindromáticos, gnoseológicos y diferenciales de las demencias
más comunes (además de las mencionadas, un 3% de estados demenciales debe
adjudicarse a enfermedad de Pick, Binswanger, etc. ).
Intentaremos a continuación
aportar a la comprensión del sentido o significado de las demencias en general.
En un primer momento, la
conciencia del deterioro y la disminución de posibilidades vividas por el
sujeto generan un estado depresivo, que puede organizarse como un cuadro
melancólico y nos señala “el comienzo de la pérdida” vivida desde el yo.
De ese cuadro se pasa a una
etapa que puede caracterizarse por:
·
exhibicionismo
·
intento de fugas nocturnas
·
delirios persecutorios o confabulaciones paranoides
·
episodios hiperkinéticos que pueden llegar a ser
violentos
·
episodios de agitación afectivo-motriz
que nos podría estar
señalando la forma en que la angustia, producto de la incapacidad de un adecuado manejo de lo pulsional, debe ser
transformada en actuación en el espacio a efectos de su descarga.
También este episodio puede
ser entendido como la forma que encuentra el sujeto de poder satisfacer
aspectos de su vida que en su momento debieron ser reprimidos.
Es así que resulta
fácilmente observable que los lugares adónde pretende huir no son arbitrarios,
sino que tienen conexión con algún momento de su historia.
Igualmente “el hijo contra
el cual protesta o al que intenta desconocer”,
es también un resultante de la historia familiar. Lo que pareciera una elección
gratuita, es la expresión de un vínculo conflictivo reactualizado en ese
momento.
Esto nos permitiría afirmar
que en el proceso demencial se puede comprender a la manera de un síntoma que
encubre el cumplimiento del deseo reprimido que retorna.
A medida que avanza el
deterioro yoico, la fuerza pulsional no encuentra suficientes o adecuadas vías
de expresión y obstáculos de tipo superyoicos que la frenen u organicen, así
como disminuyen las posibilidades de sublimación. Progresivamente el daño
motriz y verbal que acompaña al cognitivo-intelectual, imposibilita llevar al
acto o verbalizar todo aquello que irrumpe desde el inconsciente.
De acuerdo a lo observado,
el proceso de deterioro lleva indefectiblemente a que el anciano termine
desconectado del mundo que lo rodea, incólume frente al asedio pulsional.
La desconexión de su medio,
a diferencia del esquizofrénico, tiene la particularidad de que la sensación de
“fin de mundo” que da cuenta de la expresión de la pulsión de muerte, no
aparece en el demente, salvo en las primeras fases en que predominan los
afectos depresivos, (tal como fue descripto
más arriba).
A pesar de sus pérdidas, por
el carácter progresivo de la evolución y, como en el caso de las vasculares o
de las mixtas, pendulares, puede observarse en estos pacientes el intento de
seguir viviendo no obstante su “desconexión del medio”.
Lo más significativo es que
“nadie muere de demencia”. Las muertes de los pacientes con esta enfermedad
está determinada por patologías asociadas recurrentes o agudas de aparición
fortuita (neumopatías, etc ).
La demencia cumpliría pues
con una necesidad de desconectarse para seguir viviendo.
EL LÍMITE DE CONTINENCIA DEL
ANCIANO EN SU HOGAR
Es uno de los problemas
cruciales que la gerontología debe de afrontar en nuestros días.
Muchos son los factores que
deben de ser evaluados para determinar
hasta qué momento un ser humano debe permanecer junto a sus familiares,
sus objetos queridos, sus recuerdos, sin que ésto resulte perjudicial para él u
otras personas.
La polipatología propia del
anciano determina que quienes deben tomar la decisión de cambio enfrenten dudas
significativas ante las distintas variables a considerar.
En nuestro medio, el peso de
las decisiones importantes suele ser depositado en la figura del médico
tratante. Esto se basa en el poder-saber médico, y cumple con la función de
evitar la angustia que toda esta situación implica para los familiares que
pudieran verse afectados. Todo termina resolviéndose con la famosa frase: “El
medico dijo que...”.
En este proceso de toma de
decisiones deberíamos incluir :
1. al anciano
2. a su núcleo
familiar cercano
3. al ambiente
físico donde se encuentra.
1 El Anciano.
Es el centro de toda la
problemática, a pesar de que en determinados momentos ello no pueda ser
reconocido, ni por él ni por quienes lo rodean.
El envejecimiento natural y
progresivo, en determinado momento y en algunos de sus aspectos, se transforma
en deterioro.
El objetivo principal de la
geriatría, concebida como asistencia integral al anciano, es mantenerlo o
devolverlo a su propio domicilio en condiciones funcionales y sociales que
garanticen una digna calidad de vida.
Se ha definido la invalidez
como el estado de disminución o perdida de las facultades básicas para atender
por sí mismo las necesidades individuales y sociales de la persona,
consecuencia de una deficiencia mental o física y que determina la necesidad de
una ayuda instrumental y humana (Guijarro Garcías, JlL.1986).
Este concepto, importante
para cualquier abordaje, nos permite delimitar la problemática: ¿puede un
anciano inválido mantener una calidad de vida digna? Todo depende del grado de
invalidez y del contexto en el que ésta se exprese.
Por ejemplo, las cataratas
oculares o la hipoacusia pueden llegar a ser invalidantes en determinados
parámetros, pero no por ello determinantes del alejamiento del anciano de su
hogar. Si consideramos la polipatología que normalmente se asocia, nuestro
criterio podría cambiar.
Un anciano de 65 años que
pierde su visión, puede con ayuda aprender a manejarse nuevamente. Pero si a la
ceguera se suma un síndrome parkinsoniano que le provoque caídas, o un déficit
cognitivo intelectual que le impida aprender nuevas conductas adaptativas,
indudablemente estamos frente a una situación de invalidez. En definitiva
deberemos concordar en que la decisión del mantenimiento del anciano en su
hogar se basa en un criterio más bien
cualitativo que cuantitativo.
Tal como pretendemos demostrarlo,
los parámetros geriátrico-gerontológicos difieren de los del resto de la
medicina -lo que a la postre determina que el diagnóstico de “invalidez” puede
estar asociado a un error de juicio.
2-
El núcleo familiar cercano.
Es otra de las piedras angulares
del problema. El 85% del cuidado primario que reciben los ancianos no provienen
de los sistemas sanitarios, sino que estan proporcionados por su hogar (Hardy
Thomson C. 1992; Rodríguez Moreno, 1990)
A tales efectos, deberemos
diferenciar netamente entre el anciano solo (la soledad de por sí representa un
riesgo geriátrico-gerontológico) y por otro, al anciano que vive en contacto
íntimo con su núcleo familiar.
Respecto a este último, el
primer elemento a evaluar es la medida en que ese núcleo familiar es continente
o no para el anciano.
Como Núcleo Familiar
Continente entendemos a aquel que es capaz de instrumentar y mantener
satisfechas las necesidades afectivas, sociales, económicas, etc., básicas del
anciano.
Asímismo, hemos de reconocer
que un núcleo familiar que en determinado momento se manifiesta como continente
puede dejar de serlo en otro.
El anciano
cumple normalmente una serie de roles dentro del contexto familiar. Todo
“marcha bien” mientras pueda seguir asumiendo las distintas tareas o siendo
copartícipe de la economía familiar (tanto en lo monetario como en lo
afectivo).
El problema
queda planteado cuando el anciano, por distintos motivos (físicos, mentales,
etc) no puede seguir ocupando el lugar como normalmente lo ha hecho hasta ese
momento.
En el grupo
familiar la interacción afectiva, la comunicación, la delegación y el reparto
de tareas involucra a todos.
Cuando la
situación del anciano, como consecuencia de su estado personal, le impide
seguir asumiendo roles (como pueden ser el cuidado de sus nietos, o todo lo que
tenga que ver con su autovalidez, requiriendo que le sean aportados más
cuidados), a cada uno de los integrantes del núcleo familiar se le crean nuevas
obligaciones.
A los
familiares esas responsabilidades les exigen en lo personal dedicación, dinero,
tiempo; en lo grupal, asumir la nueva demanda en el cuidado del anciano, la
cual requiere un cambio de actividades y roles, debiéndose elaborar por parte
del grupo familiar la ansiedad que todos esos cambios implican -lo que no
siempre es posible-.
Analizando
grupos familiares, se observa que cuando el anciano satisface las necesidades
de su grupo, le permite establecer con él un buen vínculo, el cual pasa a ser
frustrante en el momento en que deja de satisfacerlas. Se crea así un vínculo
negativo en donde la hostilidad es permanentemente realimentada. Como
consecuencia de ésto, se producen aumentos en la conflictividad entre el grupo
familiar y el anciano.
Tomando en
cuenta estos elementos podría enunciarse que, en muchos casos, la capacidad
continente del grupo familiar hacia el anciano estaría vinculada a la capacidad de éste de seguir “asumiendo tareas” y
cumpliendo con ellas.
Esto ocurre en
la medida en que el anciano y su familia funcionan en un sistema de
coordinación que puede actuar tanto para el cuidado como para el descuido del
anciano. El problema detonante o crítico es casi siempre “la división de las
responsabilidades” por las diferencias generadas en el reparto no equitativo
del trabajo o de las exigencias económicas que el cuidado del anciano trae
aparejado. Se crean tensiones, controversias, disgustos o alejamientos dentro
del grupo familiar.
La nueva
situación intrafamiliar es vivida de diferente manera por cada uno de sus
integrantes, según sea la historia de los vínculos familiares. Cada cual está
dispuesto “a aportar” al cuidado del anciano en la medida en que ha podido
elaborar y asumir el vínculo con el ser querido.
Un miembro del
grupo familiar, siguiendo el proceso natural de división del trabajo, se hace
responsable de los aspectos negativos o atemorizantes de la tarea del cuidado
del anciano (su cuidador), en un acuerdo tácito (sistema de coordinación) en el
que se compromete tanto él como los otros miembros de la familia, a encarar así
el problema. (Pichón Riviere, E. 1970).
Este miembro
será el encargado de mantener lejos del resto de los familiares toda la
problemática del anciano, debiendo ocuparse él mismo de resolver casi todos los
problemas. Para la familia el conflicto queda reducido al anciano y a su
cuidador. Ambos, al ser identificados con el problema, resultan segregados del
ámbito familiar. La presión grupal hace que la angustia y la agresividad que
este rol genera al cuidador sólo pueda ser dirigida hacia una persona, “el
causante y culpable de todo”: el anciano
La dinámica
intrafamiliar podría buscar otra solución, pero permanentemente tropieza con su
propia incapacidad de redistribuir la tarea del cuidado del anciano, ya que
esto implicaría una redistribución de las ansiedades y angustia que él genera.
Respuestas tales como “Yo no puedo, no tengo lugar en mi casa” o “No puedo
dedicarle el tiempo que necesita, tengo que alimentar a mi familia” o “Vos que
sos la soltera tenés menos responsabilidades”, etc., son habituales en este
tipo de situación.
La superación
de esta problemática implicaría la intervención de un psicólogo que trabaje
sobre ella, pero nadie quiere replantearse la angustia con el resto de sus
familiares en un trabajo grupal, cuando “ya está todo solucionado” con el
cuidador familiar. Éste comparte con el
anciano tanto la segregación grupal como las ansiedades generadas. La salud del
cuidador tiene los días contados. La tensión que todo esto le genera se asocia
rápidamente a un estado depresivo; la sintomatología somática que también puede
aparecer manifesta la falta de un espacio para el cuidador donde desarrollar su
discurso de disconformidad, llegándose hasta la melancolía.
Cuando la
situación se agrava o el cuidador ya no resiste más, el grupo decide que lo
mejor - alejando la fuente de ansiedad- es poner al anciano fuera de su hogar
en un asilo. Así planteado el problema, se constituye una falsa oposición:
salud familiar vs. salud del anciano.
El resultado
final es que el “Límite de Continencia del anciano en su hogar” queda determinado
por un mal manejo de la situación familiar que podría ser fácilmente superable
con un correcto abordaje geriátrico-gerontológico de un equipo
multidisciplinario
3
El ambiente físico donde se encuentra el anciano.
En muchos casos, el límite
de Continencia está determinado por el hecho de que el propio hogar del anciano
resulta incapaz de atender las demandas de su envejecimiento. Consideraremos:
I-
Ubicación y comunicación
a) Cuando el hogar está
ubicado lejos de los servicios básicos (fuentes de alimentos , vías de
transportes , etc ).
Si bien hasta hace poco tiempo el anciano
podía caminar la distancia suficiente como para llegar a todos estos lugares,
por su evolución -artrosis de cadera, por ej. - ya no lo puede hacer.
b) El ómnibus pasa muy lejos
de su casa y le cuesta llegar, o está la casa muy distante del teléfono más
cercano. En otros casos “las ambulancias ni entran”, etc.
II-
Diseño y comodidades del hogar.
En nuestro Uruguay de 1998
no se diseñan casas en las que podamos envejecer. Los parámetros gerontológicos
son desconocidos por los egresados de la Facultad de Arquitectura.
Uno de nosotros ha evaluado en qué medida un arquitecto egresado de
nuestra Facultad de Arquitectura tiene algún tipo de formación relacionada con
las necesidades arquitectónicas de la vejez.. En líneas generales podemos
afirmar que la formación de los arquitectos en nuestro país está basada en “un
hombre modélico” que mantiene sus características estadísticas a lo largo del
tiempo. Asumiendo todo esto deberemos estar contestes en que, a pesar de
nuestras intenciones, nos veremos imposibilitados de envejecer libremente en
nuestros hogares tal cual los conocemos hoy día.
A
modo de resumen pretendemos señalar que, independientemente del numero de
viviendas para ancianos y las formas en que éstas se distribuyen por parte de
los organismos pertinentes, la falta del correspondiente enfoque Gerontológico
estaría
Vivienda y Urbanismo
Desde un punto urbanístico
el hogar del anciano debe de cumplir una serie de condicionantes.
Es posible desarrollar
viviendas para ancianos que permitan brindarle una serie de apoyos
institucionales, asistenciales y municipales que le garanticen un menor
esfuerzo para la satisfacción de sus necesidades básicas.
Es por eso que es
aconsejable que :
·
Las viviendas sean de una sola planta
·
Que las mismas estén ubicadas en un mismo plano
·
Que la interconexión entre ellas sea fácil
·
Que estén rodeando -o tengan fácil acceso- a una
serie de construcciones que deben de cumplir con las siguientes finalidades:
·
Salón común para:
·
actividades colectivas de interacción grupal
·
actividades artísticas y culturales
·
actividades gimnástico-recreativas
·
Centro de Cobro y Pagos
·
Actividades en común con el resto de la comunidad,
para permitir mantener y acrecentar el intercambio entre los ancianos y sus
vecinos
·
Policlínica con un equipo Geriátrico Gerontológico
mínimo que, en coordinación con otros agentes que aprovechan el Salón Comunal,
puedan llegar a funcionar como Hospital Diurno
·
Provisión o Almacén -apoyados por los Planes
Estatales de Alimentación
·
Unidad Policial
·
Asistente Social Itinerante que pueda hacerse cargo
o solucionar los problemas que distintos ancianos puedan presentar en distintos
momentos.
·
Feria Vecinal trasladada a las cercanías -más de 100
metros para no perturbar la tranquilidad y menos de 300 metros para facilitar
el acceso-
·
Parada de Ómnibus debidamente acondicionada y con un
número importante de líneas que lleguen hasta el lugar
·
Centro de Juegos Infantiles con horarios fijos de
habilitación al Público que va a cumplir con unos de los fines más importantes
del Centro:
·
Evitar que sólo ancianos circulen por la zona
·
Estimular el contacto intergeneracional
·
Educar a los
niños sobre el significado social del anciano, esperando que de esta manera los
hombres del mañana sean menos “gerontofóbicos” que los de hoy en día
Aparentemente el lector
atento podrá notar cierta contradicción cuando por un lado se postula la
conveniencia de la permanencia del anciano en su hogar, y por otro lado se
afirma la necesidad de la construcción de centros como se detallan más arriba.
No hay contradicción entre
ambas afirmaciones; se complementan. La realidad social indica que existen
ancianos carentes de: un domicilio propio, de un marco familiar o similar,
viudos “jóvenes”, etc.
Estos serían los principales
destinatarios de las unidades anteriormente desarrolladas.
Paralelamente, aquellos que
sí poseen una vivienda propia y un marco familiar continente pueden beneficiarse de la conveniencia de una unidad
de vivienda para ancianos, tanto en sus aspectos sociales, como asistenciales.
Principios
de la atención geriátrica domiciliaria.
La Asamblea Mundial de la
O.N.U. sobre el envejecimiento celebrada en Viena en 1982 orienta sus
recomendaciones en el sentido de favorecer la permanencia del anciano en su
hogar el mayor tiempo posible y en condiciones dignas dadas las ventajas de
calidad de vida, así como el ahorro en la asistencia que ello conlleva.
Para que esto sea posible es
necesario que se cumplan una serie de condicionantes:
1- Hacer un seguimiento más
directo y coordinado con aquellos pacientes que han sido dados de alta de
unidades de agudos, y que por situación de incapacidad o dependencia encuentran
dificultad en asistir a policlínicas.
2- Valorar los casos en sus
domicilios.
3- Llevar adelante
instancias de educación para la salud de aspectos geriátrico- gerontológicos a
los familiares que componen su núcleo primario (“Geragogia”).
4- Favorecer el principio
básico de asistencia geriátrica: que el anciano permanezca en su entorno y
domicilio con una buena calidad de vida el mayor tiempo posible.
Debemos enfatizar que este
tipo de asistencia facilita el postulado de la permanencia del anciano en su
hogar, incluso con enfermedades crónicas invalidantes. A pesar de los distintos
grados de invalidez que puedan causar las diferentes patologías, no debemos
olvidar que la calidad de vida del anciano depende de la conservación de su
movilidad y autonomía, lo que nos permite afirmar que manteniéndolo con un
núcleo continente en su hogar siempre
conservaremos un mayor grado de movilidad y de autonomía -basado en el
respeto y el cariño- que en cualquier
albergue.
Consideremos ahora los
elementos que condicionan la asistencia al anciano en su hogar
1 No necesitar
hospitalización
2 Que no pueda
recibir los cuidados específicos en otra institución (casos de invalidez física
o mental donde el desplazamiento sería molesto o costoso )
3 Cuando la
cobertura sociofamiliar es suficiente (marco familiar continente)
4 Cuando los
equipos de atención primaria se ven desbordados
La falta de una correcta
atención Geriátrico-Gerontológica trae aparejada una serie de problemas a distintos niveles:
A nivel familiar
Tal como se ha señalado
anteriormente,la
capacidad de continencia del anciano de una familia no asistida
gerontológicamente está basada en los límites de manejo de la situación de
aquella persona en quien se ha delegado su cuidado.
A pesar de que ella pueda
estar muy bien intencionada, sus actitudes o decisiones podrían ser erróneas
desde un punto de vista gerontológico, lo que determina perjuicios tanto para
el núcleo familiar como para el cuidador, y especialmente para el anciano.
Aunque aparentemente los
sistemas sanitarios no cubren económicamente este período, lo terminan haciendo
al final, cuando deben mantener cuidados a altos niveles tecnológicos y costos,
ya que, llegado el momento , la agonía del anciano se hace prolongada.
A su vez , dentro de la
psicología familiar, como una manera de superar las culpas que toda la
situación genera, no va a ser raro encontrarse con familiares -que por lo
general NO fueron de aquellos que cuidaron al anciano hasta ese momento- que
van a presionar para que el sistema adopte una serie de políticas y/o maniobras
que a la postre sólo sirven para mantener la agonía del anciano y evitar lo que
habitualmente se denomina “una muerte digna”. Estos aspectos pueden evitarse
logrando un correcto manejo gerontológico de la situación con un equipo
adecuado.
A
nivel asistencial
Todo resulta más costoso y
engorroso.
El anciano resulta atendido
“a demanda” por el médico de radio, los servicios de emergencia móvil, etc.,
determinando la superposición indiscriminada de encares y abordajes, lo que
redunda en perjuicio del anciano y de todos los sistemas y niveles de atención
involucrados.
A nivel social
La sociedad paga las
deficiencias del sistema.
Pero además...
Si a pesar de los
inconvenientes señalados y en forma “natural” se le pudiese brindar a todos los
ancianos la mejor atención posible en sus domicilios, deberemos tomar en cuenta
que el
5% de las personas mayores de 65 tienen alguna forma de demencia, o confusión
de causa orgánica, cuatro quintos de ellos viven en sus casas con sus parientes
y no podrían mantenerse en esas condiciones si en sus hogares no se hacen los
cambios necesarios para asistirlos correctamente en sus deficiencias (Guijarro,
J. L. 1986).
Abuelidad
Cuando una persona tiene
hijos, y el tiempo transcurre, y los hijos a su vez tienen hijos, esas personas
acceden al título de abuelos. Por supuesto que no nos referimos a esa
denominación genérica, que funciona como fórmula entre afectuosa y despectiva
con que los adultos suelen llamar a las personas mayores que no les merecen
demasiado respeto.
Parece importante entonces
distinguir el "abuelazgo", título que se otorga gratuitamente por el
mero hecho de durar suficientemente, de la "abuelidad", que es una
cualidad afectiva que nace y se desarrolla como consecuencia de una paternidad
trascendente a sí misma. Seguramente
todos hemos conocido personas que ejercen esa abuelidad aun en casos en que no
tienen nietos carnales, y otras que habiendo accedido al abuelazgo por obra y
gracia de sus hijos, tiene nietos con los cuales no disfrutan de la abuelidad.
Así como la adolescencia de
los hijos coincide generalmente con la llamada crisis de la edad media de los
padres, el pasaje de la función de padre a la de abuelo implica una serie de
cambios que, por la edad en que habitualmente se producen, integran la crisis
de la senescencia. Puede resultar entonces difícil encarar la comprensión del
rol del abuelo sin integrarlo con el de las vicisitudes por las que atraviesa
el senescente.
Se producen en este período
de la vida, cuyo comienzo la OMS ha convenido en señalar arbitrariamente a los
sesenta años aunque anteriormente estaba fijada en los sesenta y cinco, hechos
significativos -que en ocasiones se dan antes de esa edad- que pueden
repercutir de una manera intensa en el estado afectivo y social del geronte: la
adultez de los hijos; el nacimiento de los nietos; la jubilación, con el
cortejo de consecuencias que habitualmente acarrea (disminución del nivel
económico y social, inseguridad, sentimientos de minusvalía, de marginación);
la muerte del cónyuge y de amigos; los cambios en la imagen o en las funciones
corporales; el rol que la familia y en general su entorno le otorga.
Mientras que en la edad
madura muchas veces el conflicto se plantea entre el ideal del yo y el yo por
las aspiraciones y expectativas que no se han podido materializar, pudiendo
generar una situación depresiva, en la senectud el conflicto pasa también,
predominantemente, por la crisis narcisista que implica asistir a la propia
declinación, además de las pérdidas objetales. Toca realizar el duelo también
por las funciones corporales perdidas, por la imagen corporal destruida o
perdida.
Por ejemplo, es notoria la
ambivalencia de los sentimientos que acompañan el nuevo estado, es decir, la
alegría y el orgullo por el advenimiento del nieto, el sentimiento de
prolongación y la depresión por la percepción del transcurso del tiempo, que
muchas veces se expresa hipomaníacamente en forma proyectiva a través del viejo
chiste, ya sea en su versión machista o feminista, de que "ser abuelo no
es malo, lo triste es tener que dormir con una abuela" -o la recíproca-.
Muchas veces el ser abuelos
adquiere el sentido reparatorio de una segunda oportunidad que otorga la vida
de poder rectificar, posiblemente más a los abuelos que a las abuelas, las
fallas de contacto que se pudiera haber tenido con los hijos. A la vez, el
nieto pasa a ser el depositario del yo ideal que ha de venir a cumplir
-"¡ahora sí!"- aquellas aspiraciones que ni el yo propio ni los hijos
han podido cumplir.
En algunos casos, y aquí más
para las abuelas, el nieto viene a ocupar el lugar de otro hijo, lo que permite
obturar el espacio que de lo contrario correspondería al “síndrome del nido
vacío". Esto puede estar acompañado de fantasías de "robo del
hijo" y, tal vez en casos extremos, llegar a estructurar un vínculo
fraterno entre hijo y padre o madre, ambos sintiéndose hijos a su vez de los
abuelos. Esto lleva a una particular organización del Edipo.
Por otra parte, es notorio
que en ciertas organizaciones sociales, especialmente rurales y con
características matriarcales, el primer hijo sea "dado “a la abuela
materna que lo cría como propio, mientras la madre abandona el lugar en busca
de otros horizontes. La "donación" del hijo adquiriría así el sentido
de un "rescate" de la propia independencia, además del cumplimiento
del deseo de tener un hijo con la madre. Esto último resulta más notorio en
aquellos casos en que el “hijo único” varón cede su primer vástago a su propia
madre.
En nuestro medio es más
común encontrar, en casos de "abuelas jóvenes", sentimientos de
rivalidad con sus hijas embarazadas en momentos que coinciden con la propia
menopausia.
Es difícil plantear cuál
sería la función "normal" de los abuelos en su relación con los hijos
y nietos, y su incidencia en la formación de estos últimos. Obviamente,
resultaría temerario ubicarse en el lugar de legislador o regulador de normas,
porque muchas veces la vida obliga a una adaptación a situaciones imprevistas,
pero además porque depende de una serie importante de diferentes factores: no
es lo mismo, por ejemplo, ser "abuelo de fin de semana" que aquel que
convive cotidianamente por compartir la vivienda; el estado de salud, la
situación económica, etc.
Se dice muy habitualmente
que la función de los abuelos es mimar (o “malcriar”) a los nietos.
Seguramente, los abuelos quedan descargados de una función normativa
(superyoica) en tanto son los padres quienes la deben cumplir, y entonces
aquellos pasan a ser los encargados de satisfacer los deseos infantiles
(manifiestamente los del nieto). En oportunidades, los hijos se sienten celosos
de la relación que sus padres tienen con sus propios hijos, reprochando a los
abuelos ser más "blandos" y permisivos, menos estrictos con los
nietos de lo que fueron como padres con ellos. En realidad, esta actitud de los
abuelos tiende a flexibilizar, a atemperar el superyó que el niño estructuraría
por la sola introyección de los mandatos paternos.
Los abuelos tienen una
importante función a cumplir, la de dar respaldo a la joven pareja de los
padres. ¿Pero qué pasa cuando en realidad son los abuelos quienes requieren
sostén (por supuesto, no meramente económico)? En esos casos generalmente
tampoco pueden cumplir su función de abuelos.
Por eso el de abuelo puede
ser un lugar difícil, en tanto implica guardar un delicado equilibrio para no
invadir jurisdicciones. Quien ha llegado a la categoría de abuelo está
cumpliendo a la vez otros roles, por lo menos funciones de padre (de un hijo/a
adulto) y de suegro. Todos sabemos que la gran función social de los suegros es
permitir, mediante el recibir la proyección de todo lo malo, la buena relación
de los yernos o nueras con sus propios padres, o en otros casos, generalmente
los menos, funcionar en el lugar de padres idealizados.
También los abuelos pueden
en ocasiones cumplir con sus nietos funciones paternas vicariantes, ayudando a
sus hijos a ser padres. Cuando los abuelos pueden seguir siendo padres de sus
hijos, los habilitan a su vez a ser padres. Se establecen identificaciones
recíprocas, de tal manera que el hijo se identifica con su padre para ser
padre, mientras el padre, ahora abuelo, se identifica con su hijo para
comprenderlo y ayudarlo en su nuevo rol.
Otra función que los abuelos
pueden y deben cumplir es el de ser memoria para las nuevas generaciones. Son
quienes transmiten las sagas, las historias familiares, quienes recuerdan las
raíces, ayudando entonces a dar continuidad a las familias.
No es seguramente novedad
decir que en la relación abuelo-nieto influye cómo ha sido el vínculo
padre-hijo. Ya hemos mencionado la posibilidad de un intento de acción
reparatoria de ese vínculo a través del nieto; en otros casos donde predominan
los conflictos competitivos no elaborados entre padres e hijos, son los nietos
los que reciben las consecuencias de esta relación.
Circunstancias que podemos
denominar de orden social también influyen en estas relaciones
intergeneracionales.
Habitualmente los abuelos
reales distan bastante de las figuras idealizadas de tiernos viejecitos o de sabios
ancianos que transmiten amorosamente sus experiencias a los nietos, tal como
puede aparecer en los esterotipos. No siempre la paciencia alcanza para
mantener prolongados momentos de convivencia. Por otra parte, la aceleración de
los cambios hace que las distancias generacionales se amplíen, de tal manera
que entre un nieto adolescente y un abuelo de setenta y algunos años puede
llegar a haber pocas posibilidades de compartir gustos o experiencias.
Por último, las condiciones
laborales de los jóvenes con sus dificultades económicas hacen que se vuelva,
ya sea a la convivencia intergeneracional (es decir, abuelos, padres y nietos
habitando una misma vivienda), ya a la marginación del anciano que no tiene
cabida en las viviendas reducidas.
Finalmente, a modo de
aportar un hecho histórico que podría ser considerado en la actualidad, en la
década del los '60, Pichon Rivière en la Argentina propuso la creación de
clubes de abuelos y nietos, donde los primeros cuidaran a los niños mientras
podían compartir en un mismo ámbito actividades recreativas adecuadas para cada
edad. Esto intentaba resolver, en forma conjunta, la conflictiva tanto del
aislamiento del anciano como la dificultad de los padres jóvenes que trabajan
para dejar a sus niños pequeños con confianza.
VIOLENCIA INTRAFAMILIAR EN
ANCIANOS
La violencia es
un fenómeno social reconocible en todos los grupos humanos. Sus aspectos
intrafamiliares resultan ser fácilmente observables en la clínica. Centraremos
nuestra atención en la violencia intrafamiliar dirigida hacia el anciano.
Se define al
abuso de los ancianos como cualquier tipo de conducta que pueda resultar en
daño físico, psíquico, afectivo, moral o socioeconómico. Ocurre tanto en medios
institucionales como en el propio hogar, ya sea por familiares o cuidadores, y
en la sociedad, por una comunidad no continente ni comprensiva con este grupo
etario. Afecta a todos los estratos sociales, sin diferencias étnicas,
religiosas o socioeconómicas, rurales o urbanos. Debido a la falta de un encare
sistematizado del maltrato, éste resulta desapercibido con frecuencia. Mientras
que el agresor oculta su actitud, el anciano no la denuncia por miedo a la
perdida del sistema de apoyo del que el agresor, por lo general, forma parte.
La familia del anciano
En el capítulo. “El Límite de Continencia del Anciano en
su Hogar” se hace referencia a la problemática familiar desde el punto de
vista de sus vínculos, y la violencia que ésto genera.
El conflicto familiar del anciano
Ciertas formas
de vinculación en un grupo familiar pueden determinar la aparición de angustia
en alguno de sus integrantes. En tanto esta es una particular modalidad de
angustia condicionada por el vínculo, puede ser denominada “angustia social”.
aunque su uso aquí difiere un tanto de lo que Freud, en distintos momentos de
su obra (1914) (1915) (1921) (1925) (1932) llama de igual manera.
Sintéticamente,
podemos definir la angustia social como un particular sentimiento experimentado
por un sujeto, producto del vínculo dentro de su grupo familiar.
Comúnmente en el caso del
anciano aparece cuando una vez dominado por la situación, siente que no puede
manifestar su disconformidad con lo que acontece en su familia. Esto a su vez
se complementa con una crisis narcisista en donde el anciano verbaliza desplazadamente
su disconformidad por los tiempos y la calidad de vida que le toca vivir.
Se puede comparar la
relación del anciano con su hostigador, desde un punto de vista intrapsíquico,
con la misma que tiene el Yo con un Superyó infantil y arcaico. Podrá
reconocerse en ella el intento del anciano de someterse a su cuidador-agresor:
"lo que hace, lo hace por mi bien", asociado -como veremos más
adelante- a una serie de intentos, a la larga frustros, de mitigar las
exigencias y los castigos que, dentro de esta dinámica amo-esclavo, surge entre
el anciano y su cuidador.
Por el lado de este último,
diremos que los aspectos sádicos actuados por el cuidador en su relación con el
anciano, son el producto de la imposibilidad de otro tipo de manejo de su
propia angustia, aquélla que la convivencia con el anciano le genera.
Recordemos aquí
lo que Hegel denominaba "enfrentamiento de dos almas": angustia que
el anciano genera en su cuidador; angustia que éste genera en aquél. Al decir
de Hegel cada una de las dos almas sabe que la supervivencia de una depende de
la eliminación de la otra, pero, a su vez, la supervivencia de una depende de
la conservación de la otra. La angustia -en este caso, angustia social- surge
como síntoma -un deseo y la represión del mismo- que intenta solucionar este
conflicto. Por un lado, el anciano puede proyectar sobre su objeto externo
(cuidador) el superyó -infantil y persecutorio-, con el cual el otro queda
identificado, o bien, identificarse él mismo con el objeto perseguidor, y
actuar sádicamente sobre su cuidador.
A continuación plantearemos
una serie de ejemplos de situaciones pasibles de ser identificadas en la
clínica, sin que se pretenda constituir con ellas un síndrome definido:
·
La culpa:
Un proceso que debe centrar
la comprensión de la problemática desde esta óptica es la reacción melancólica
de autoacusación del anciano. Tomando en cuenta que el cuidador es por lo
general un familiar directo suyo, un hijo, por ejemplo, el conflicto es
verbalizado como “esto me lo merezco por no haber sido un/a buen/a
padre/madre".
·
El maltrato a
los demás:
Por identificación con el
perseguidor -el personaje que lo maltrata- a su vez el anciano maltrata a los
demás. Puede ser también una forma de expresar la necesidad inconsciente de
castigo, por el sentimiento de culpa antes mencionado: maltratando a los demás
se logrará un castigo expiatorio por vía de la retaliación.
·
El ser
bondadoso en exceso:
Con el propósito de lograr
el perdón o demostraciones de afecto que signifiquen ese perdón, el anciano se
convierte en extremadamente bondadoso, encubriendo de esta forma la posible
agresividad de la que se puede sentir responsable.
·
El
poli-pequeño-accidentado:
Es otra forma de castigarse
a sí mismo por sentirse culpable. Representa una modalidad a través de la cual
se ponen de manifiesto las necesidades accidentófilas, que han de verse en el
capítulo correspondiente.
·
La terquedad:
Este tipo de conducta
habitualmente corresponde a rasgos anales de carácter, aun cuando no implica la
presencia de una caracteropatía anal. Puede ser entendida como la manera de
aferrarse a lo que teme perder. Además es una forma de lograr que se le preste
atención. Esta es una de las pocas defensas -la de “plantar bandera”- que le
quedan. El anciano no comprende que lo único que logra es realimentar el
círculo vicioso, en donde el interlocutor responde a su terquedad con agresión.
Es una "victoria pírrica", no exenta de vetas masoquistas.
·
Un constante
temor a ser criticado, excluido o directamente castigado:
Toda la
conducta del anciano agredido estará dirigida a evitar fallidamente esa
agresión. En el intento se verá superado por su angustia (que puede ser tanto
la razón de su incapacidad como factor de inhibición de actitudes adecuadas)
que le permitan evadir la situación agresiva. Esta realidad lo frustra y lo
deja sometido a la situación agresiva original, ya que carece de medios para
modificar los motivos inconscientes de su agresor.
·
El temor frente
a la pérdida de cariño de los demás:
Para evitar
esto, el anciano es capaz de dejar de lado sus propias necesidades y ponerse a
entera disposición del deseo del agresor, intentando de esta manera mitigar el
quantum de la agresión.
Esta aparente sumisión
genera en el anciano un sentimiento de rabia que, al no poder manifestarse
verbalmente, lo hará por otras vías: aloplásticas, como el caso de un ataque
directo, o en forma autoplástica, como son las crisis hipertensivas, los
accidentes vasculares, etc.
Se podrían
seguir presentando ejemplos que nos remiten siempre a lo mismo por parte del
anciano: evitar la angustia que la situación le genera. La dinámica de la
angustia social en el anciano nos revela una personalidad que, a diferencia de
la depresiva, todavía es capaz de ensayar una serie de maniobras tendientes a
evitar el displacer.
Podemos afirmar que,
simbólicamente, la angustia nos señala una situación vivida como peligrosa.
Esta peligrosidad estaría dada por la imposibilidad de satisfacer el impulso
interno de modificar el vínculo que mantiene con su cuidador que, de ser
llevado a cabo, pondría al anciano frente a un castigo.
Los rasgos masoquistas
puestos en juego pueden observarse en el hecho de que el anciano coloca al
agresor en el lugar del superyó. En su artículo "El problema económico del
masoquismo" (1924) Freud postula la diferencia entre masoquismo primario y
secundario, entendiendo al primero como el que se manifiesta cuando la pulsión
de muerte se dirige al propio sujeto ligada a la libido y unida a ésta.
En el discurso del anciano
suelen aparecer sentimientos de ternura, comprensión y justificación para su
cuidador, a pesar de la agresividad que puede caracterizar el vínculo.
ACCIDENTES EN LA ANCIANIDAD
Accidentarse
puede ser entendido, desde el punto de vista psicoanalítico, como una
particular modalidad de acto fallido en que se pone en peligro la vida o la
integridad corporal, y tiene la característica -común, por otra parte, a todo
acto fallido- de aparecer, tanto para la víctima como para los espectadores,
como desprovisto de toda intención y sólo obra de la casualidad, la
desatención, el azar o la fatalidad. Esto se corresponde con la necesidad
humana de buscar permanentemente un eximente de la culpa y la responsabilidad.
Recordemos que Freud
describió el "acto fallido" como un tipo de conducta que no implica
necesariamente patología, común a cualquier persona -el olvido de nombres,
palabras o propósitos, equivocaciones, pérdidas de objetos, errores o actos
casuales- que al ser analizados aparecen no como "fallidos" sino
actos plenos de sentido, cuya motivación permanece inconsciente para el sujeto.
Su estructura, similar a la de cualquier síntoma neurótico, resulta de la
transacción entre un deseo inconsciente que pugna por hacerse conciente y la
defensa contra ese deseo que fracasa parcialmente en su intento de impedirlo.
En el caso específico del
accidente, esa transacción sería el resultado del conflicto entre el deseo de
cambio y la resistencia al mismo. Algunas personas necesitan accidentarse para
poder cambiar; otras -o las mismas en diferentes circunstancias- se accidentan
para no cambiar.
No importa la estructura
psicopatológica, cualquier persona puede tornarse temporariamente dispuesto a
accidentarse. Todo cambio significativo es condición accidentófila, aunque no
todo cambio conduzca necesariamente a un accidente. Este es un punto importante
en el tema de la prevención.
Cuando el conflicto de
cambio resulta impensable, y tampoco puede ser expresado a través del cuerpo
como una manifestación somática de enfermedad, es expulsado y representado
plásticamente afuera mediante un acto motor que interactúa con los elementos de
la realidad. De esta manera el conflicto adquiere representabilidad, que,aunque
insuficiente para una concientización plena, es capaz de iniciar el proceso
elaborativo que puede llevar a comprender el sentido del accidente. Además, las
lesiones y daños que el accidente provoca también ofrecen representación
simbólica del conflicto, a la vez que son el punto de partida para iniciar su
solución.
Este conflicto entre la
necesidad de cambio y la resistencia narcisista al mismo, expresada en el
accidente, puede conducir a la anulación del cambio o a su realización
modificada.
También el accidente puede
tener un carácter autopunitivo: es la forma de pagar una culpa, lo que
habilitaría al sujeto para un cambio.
Desde otro ángulo, podemos
comprender la acción que el accidentado ejerce sobre su medio: la reacción
afectiva que despierta y la atención que recibe le permiten comprender hasta
qué punto le toleran su cambio; a la vez, es la manera de imponer una relación
sin opciones, de acuerdo a sus deseos, sin pasar por la humillación de pedir.
ACCIDENTES Y ACTOS FALLIDOS.
Los "actos
fallidos" deben cumplir tres condiciones para ser considerados como tales:
1)No deben
rebasar cierta medida dentro del campo de variación de lo normal;
2)Deben poseer
el carácter de una perturbación momentánea y pasajera. Es preciso que hayamos
ejecutado antes, de manera correcta la misma operación, o que nos creamos
capaces de cumplirla mejor en cualquier momento;
3)Si llegamos a
percibir la operación fallida, no registramos en nuestro interior nada parecido
a una motivación de la misma; más bien estaremos tentados de explicarla como
una "desatención" o una "casualidad" (Freud, 1901).
Accidentarse es una
modalidad particular de acto fallido, en el cual se pone en peligro la vida o
la integridad corporal. "Si bien no todo acto fallido es un accidente,
todo accidente es un acto fallido" (Granel y col.1976). Este tipo de
enunciado podría despertar dudas y hasta malestar. Genera el mismo tipo de
resistencia que, por ejemplo, la expresión de que toda enfermedad orgánica
tiene un sentido psicológico inconsciente (y no debe confundirse aquí sentido
con causa). Es que resulta propio del accidente el que "el sujeto del
mismo y los espectadores tratan de mantener una inteligencia del hecho en la
que quede alejada toda intención". Sólo la casualidad es responsable. Y
seguramente este sentimiento de responsabilidad, vinculado a, o bien
vivenciado, como culpa, es uno de los motores fundamentales de la resistencia.
Algunos autores, como
Liberman y col.(1982) describen en el capítulo sobre Diátesis Traumática, un
tipo de pacientes (los "traumatofílicos") con marcada torpeza motora,
propensos a sufrir accidentes: tropiezan, pierden el equilibrio, calculan mal
las distancias y se golpean, rompen las cosas. Presentan, tal como los
pacientes psicosomáticos, una disociación mente-cuerpo, pero en ellos la
disociación toma los receptores kinestésicos, y usan el sistema osteoarticular
y el muscular como "paragolpes" de situaciones emocionales
aparentemente sin representación mental. Así, el accidente sería el
significante de un contenido ideacional que estos pacientes no logran pensar y,
por lo tanto, transmitir.
ACCIDENTE Y
SUICIDIO
Muchas veces, ante un
accidente de consecuencias mortales, quien conozca los antecedentes o las
circunstancias del sujeto y aun sin tener conocimientos psicoanalíticos, puede
pensar en un suicidio. En 1901 Freud dice: "he tenido noticia de más de un
caso en que una desgracia fatal (producidas andando a caballo o en carruaje),
en apariencia debida al azar, justifica, por las circunstancias de que estuvo
rodeada, la sospecha de que fue un suicidio tolerado inconscientemente".
"...junto al suicidio deliberado conciente existe también una
autoaniquilación semideliberada -con propósito inconsciente- que sabe explotar
hábilmente un riesgo mortal y enmascararlo como azaroso infortunio".
"La tendencia a la autoaniquilación está presente con cierta intensidad en
un número de seres humanos mayor que el de aquellos en que se abre paso. Las
lesiones infligidas a sí mismo son, por regla general, un compromiso entre esa
pulsión y las fuerzas que todavía se le contraponen..."(pág. 177).
La idea de que los
accidentes mortales son en realidad suicidios inconscientes ha sido retomada
por distintos autores. Nasim Yampey (En Abadi, M. y otros,1973) señala la
relación entre homicidio, accidente y suicidio; son distintas formas de manejar
la agresión, en los dos últimos casos, de una manera autodestructiva. Mauricio
Abadi(1973), para quien la fantasía de morir es especular y simétrica a la de
nacer, plantea que para el suicida, que ha perdido la noción habitual de muerte
como término de la vida, aquélla adquiere el sentido de "umbral de la liberación,
el camino hacia otra vida", e intenta resolver sus intensas ansiedades
persecutorias a través de una "muerte mágica" que lo libere del
perseguidor. Abadi también incluye los accidentes mortales entre los suicidios
inconscientes, y la distinción entre suicidios concientes e inconscientes,
sería para él tan sólo fenoménica y formal.
Granel y col.(1976),
partiendo del concepto de que cada trastorno implica un conflicto específico,
postula la hipótesis de que debería haber diferencias motivacionales y de significación
entre el acto voluntario de quitarse la vida y el morir en un accidente. Pueden
coincidir en las fantasías que les hace desear la muerte: huir de un
perseguidor, renacer, reinfetarse. Pero el accidentado debe, como condición
esencial "armar la escena de manera tal de presentarla ante los demás y
ante él mismo, como sorpresiva, veloz e inequívocamente desligada de toda
participación voluntaria". De esta manera, el sujeto halla la muerte
"por casualidad", sin buscarla manifiestamente.
Esto implicaría una
diferencia estructural: el que muere en un accidente sería alguien que no
tolera planear concientemente el acto suicida, lo cual hablaría de una
particular relación con el ideal del Yo, de prohibiciones superyoicas,
sentimientos de culpabilidad, etc.
También hay diferencias
respecto a la repercusión en el medio. Los sentimientos que el suicida
despierta son de culpa, rabia y angustia. El ambiente se siente profundamente
agredido por el suicida. En cambio, en el caso del accidente, aunque la
conmoción sea muy intensa, la agresión proviene del "destino", la
"mala suerte" o la "casualidad". La reacción social es muy
distinta.
Consecuente con este tipo de
formulación, Granel sostiene que también son diferentes las fantasías que
llevan a un sujeto a no morir en un accidente, sino a padecer determinadas
lesiones. Ese "no morir" no es obra de la casualidad. No se trata de
que deseaba morir y por diversos factores providenciales fracasa en su intento.
Logró el efecto buscado, así como Freud dice del "acto fallido" que
en realidad es un acto logrado en su intención inconsciente. De tal manera, en
la lesión resultante es posible "leer" el sentido que significó el
accidente.
ACCIDENTE Y AZAR
Las personas
"normales", dice Freud, atribuyen a la casualidad una buena cantidad
de sucesos que le acaecen en la vida, por ejemplo, los "actos
fallidos".
También el pensamiento
mágico busca interpretar los hechos de la realidad atribuyéndoles un sentido,
en este caso, el de signos premonitorios. Nada es casual o azaroso, sino dependiente
de una voluntad divina o interpretado supersticiosamente.
En el planteo que venimos
desarrollando acerca de los accidentes, en el que el determinismo inconsciente
ocupa un lugar tan preponderante, ¿cuál es el papel atribuido al azar?
El azar, la casualidad, es
la manera manifiesta en que se coordinan los distintos factores que participan
en un accidente, cuyos determinantes no son conocidos ni controlados. Es,
entonces, una apreciación subjetiva, una interpretación que hacemos del mundo.
En la medida en que cierra o impide la investigación, se constituye en una
resistencia al conocimiento; termina siendo un principio explicativo que no
explica nada. Por eso se ha propuesto respecto al azar una actitud plástica,
incluyéndolo dinámicamente en la situación a investigar, para hallarle luego su
sentido en ella.
ACCIDENTE Y
PSICOPATOLOGÍA
Así como un viejo axioma
médico dice que no hay enfermedades sino enfermos, se puede decir que no hay
accidentes sino accidentados. Señalábamos más arriba que toda persona puede ser
pasible de accidentarse en algún momento de su vida.
Cualquier cuadro
psicopatológico puede ser un factor predisponente al accidente, otorgándole a
éste características y mecanismos propios. La melancolía, por su pérdida de
interés por la vida o la tendencia al suicidio; la esquizoidía, por su
disociación de la personalidad y la pérdida de contacto con la realidad; las
personalidades epileptoides, que pueden tener un acceso impulsivo o una
ausencia; la manía, con su omnipotencia, idealización y negación, etc.
Sin embargo, el accidente no
es un desenlace particular y propio de un determinado cuadro nosológico. En
cualquiera de ellos, y aun en los casos "normales", existiría una
disposición interna a accidentarse, común a todos, independiente de cada
organización psicopatológica en particular. Los accidentes son maneras
especiales de enfermarse, diferentes de las neurosis, de las psicosis o de las
enfermedades orgánicas, aunque posean elementos comunes a todas ellas.
Si bien un psicótico puede accidentarse,
el accidentado no padece una psicosis clínica, y aunque en el momento del
accidente hay una desorganización y una reorganización, éstas son específicas y
no las mismas que en el fenómeno psicótico. El psicótico que se accidenta
presentaría dos modalidades de funcionamiento psicopatológico: a) el psicótico
que incluye totalmente el accidente en su mundo de fantasía: supongamos un
esquizofrénico que mete los dedos en un tomacorriente, lo cual es un acto
intencionado, no sería un accidente; b) el psicótico que buscaría, por medio
del accidente, una reconexión con la realidad, la cual se impone por la fuerza
que ésta adquiere a través del choque o las heridas que sufre. Es común
observar pacientes psicóticos que mejoran clínicamente en forma temporaria
después de padecer un accidente grave.
En relación con las
enfermedades orgánicas, los accidentes presentan otro "argumento" y
otra "escena". Aparecen como algo súbito, imprevisto y casual,
generalmente en plena salud aparente. La participación de personas y objetos
del mundo externo es directa e inmediata: son indispensables para que se
configure el accidente e instrumentados para tal fin.
En la enfermedad orgánica
existe el desarrollo de un proceso, los agentes pertenecen más íntimamente al
cuerpo del sujeto; aparece con perturbaciones orgánicas, funcionales o
desequilibrios humorales, o bien con reacciones ante la acción de gérmenes
patógenos. Sin embargo, se habla de accidentes vasculares o cardíacos debido a
su carácter violento y súbito.
Para algunos accidentados,
el enfermar orgánicamente representaría una herida narcisista, signo de
debilidad o impotencia, una señal vergonzosa de que algo dentro de sí no está
bien. En cambio, accidentarse aparece como una manera de mantener una imagen de
"salud". Es menos humillante aparecer como accidentado que como
enfermo. Tal como trataremos de mostrar más adelante, la mayoría de los
accidentes de los ancianos estarían enmarcados en este concepto.
ACCIDENTE Y CAMBIO
¿Cuándo se produce un
accidente?
"El accidente es un
fenómeno complejo, en cuya causación se coordinan condiciones ambientales y
situaciones inherentes a la personalidad del sujeto, 'el deseo de
accidentarse'. Su determinante interno específico sería la activación de un
modelo de acción universal: la fantasía de accidentarse. Esto ocurre cuando el
sujeto se halla en conflicto de cambio. En una encrucijada vital dolorosa en la
que enfrenta un cambio que no está en condiciones de asumir". Así define
Granel (1984) su hipótesis de investigación.
Cambiar, dice, es
desestructurarse, abandonar identificaciones, incluir otras, abrir nuevos
espacios intrapsíquicos. Se modifican también las relaciones con los objetos
externos. De éstos depende en gran medida que el cambio se realice
acompasadamente o se retrase, se anule o se acelere. Pueden generarse
conflictos patógenos relacionados con la capacidad del sujeto de transformarse,
y con la tolerancia con que el medio externo acepte las inevitables
modificaciones que se provocarán. El pasaje entre el antes y el ahora, el
pasado y el presente puede tornarse difícil, como aparece especialmente en el
anciano.
Esquemáticamente, pueden
recortarse tres situaciones de cambio típicas y universales por las que pasa,
inevitablemente, todo individuo: nacimiento, bipedestación y complejo de Edipo.
Los otros cambios importantes en la vida remiten, en su contenido y
significado, a esos tres modelos básicos.
En situaciones nuevas, se
movilizan angustias de muerte relacionadas con las ansiedades que ubicamos en
el nacimiento. Para Abadi hay tres angustias que caracterizan el acto de
nacimiento: 1) angustia en el adentro; 2) angustia en el tránsito o mudanza
(cambio); 3) angustia ante la ilimitación del vacío en el afuera.
En el inicio de la
bipedestación aparecen las ansiedades de separación y de reunión.
Toda emergencia nueva, en la
medida que implica pérdida, duelos, resignación, nuevas situaciones
triangulares, se activan las ansiedades derivadas del complejo de Edipo.
La capacidad yoica para
elaborar la presión de estas demandas, dependerá de cómo y hasta dónde se han
elaborado las angustias de nacimiento, las ansiedades derivadas de la ruptura
de la simbiosis y la resolución de la situación edípica.
Así como los padres pueden
ser buenos o malos continentes para los cambios evolutivos, también la familia
y el grupo social ejercen su presión, tanto para favorecer o generar el cambio
como para oponer resistencia al mismo.
En una situación ideal, el
sujeto atraviesa el cambio resolviéndolo de una manera evolutiva, aceptando lo
nuevo e integrándolo en su personalidad, mientras el dolor y la tristeza por lo
que dejó se hará manifiesto y tolerable. Cuando el dolor o el displacer que
genera el cambio no puede ser contenido, el sujeto usará sus defensas
constituyendo formas neuróticas o psicóticas de atravesar la crisis. Pero hay
personas o momentos en la vida de una persona en que ésto no es posible. La
situación nueva que presiona, las resistencias narcisistas al cambio y el
dolor, no pueden adquirir cualidad como para ser manejadas en forma
"normal", neurótica ni psicótica.
Entonces el conflicto de cambio se convierte en un contenido
irrepresentable al que hay que destruir. Se recurre así a defensas motoras
primitivas. La excitación se descarga por el polo motor, sin adquirir cualidad de
palabra ni carácter plástico capaces de concientización.
Granel atribuye a estos
procesos ciertas condiciones específicas: se mantiene el funcionamiento del
proceso secundario; el preconsciente conserva categorías témporoespaciales y
configuracionales que le permiten encontrar el momento, el lugar y los sujetos
adecuados para la realización del accidente, efectuando los movimientos
precisos y ocultando su intención, para referirlo a causas externas. La
excitación se vuelca en el cuerpo y en el mundo exterior, con una configuración
significativa adecuada. En este acto motor se le da forma a la situación
interna irrepresentable.
Este conflicto entre la
necesidad de cambio y la resistencia narcisista al mismo, tramitada
sadomasoquísticamente a través del accidentarse, puede conducir a la anulación
del cambio o a su realización modificada. Hay quienes se accidentan para no
cambiar. Hay quienes no pueden cambiar si no se accidentan. ¿Cuántas personas
que se salvan de un accidente grave dicen: "He nacido de nuevo", y a
partir de allí cambian su modo de vida?
SIGNIFICADOS
DEL ACCIDENTARSE
El accidentarse es, al mismo
tiempo que la forma violenta, sadomasoquista y expulsiva de resolver una
situación conflictiva de cambio, la manera cómo esa situación adquiere una representación
que no tenía hasta ese momento: a través de la penetración en la conciencia por
el polo perceptivo, ya que no puede hacerlo por el camino progresivo del
inconsciente al preconsciente. Esta representabilidad, aunque insuficiente como
concientización plena, es adecuada para adquirir elementos perceptivos capaces
de iniciar la elaboración que permitirá comprender el significado del
accidente.
Es decir que cada accidente
tendrá un desarrollo y características propios, en relación significativa con
la naturaleza personal del conflicto y con la configuración individual de la
fantasía general de accidentarse para este sujeto y en ese momento dado.
Por ejemplo, en el caso del
tránsito, la persona podrá quedar paralizada y ser chocada por detrás, como representación
simbólica del ataque de perseguidores internos; podrá desviarse de la ruta o
conducir en forma irregular (expresión de la ambivalencia); podrá negar maníaca
y omnipotentemente la situación de conflicto y conducir velozmente hasta que el
perseguidor lo encuentre y lo aplaste en un choque; o arrollar a un tercero o
chocar contra un árbol o una columna, desplazamientos de aquél. Transforma en
accidente lo que hubiera sido un incidente que, por la persecución y el dolor
que le provocaría, no pudo "ni pensarlo". La fantasía general de
accidentarse se materializa de manera determinada para cada sujeto.
Asimismo, las lesiones y los
daños provocados por el accidente en el cuerpo y en los objetos participantes
simbolizan el conflicto, a la vez que implican una descarga con modificaciones
cuanti y cualitativas, que son el punto de partida para iniciar su solución.
También el accidente puede
tener un carácter autopunitivo: sería la forma de pagar una culpa, lo que
habilitaría al sujeto para un cambio.
Por otra parte, a través de
lo que moviliza en el ambiente, el accidentado obtiene una determinada
respuesta de su medio. Por la asistencia que recibe, verifica hasta dónde le
toleran el cambio. Simultáneamente, es la manera de forzar e imponer una
relación sin opciones, de acuerdo con sus deseos, sin tener que pasar por la
humillación de pedir, y manteniendo una "ilusión de independencia".
LAS FRACTURAS
Las fracturas dan cuenta,
por lo general, de la presencia de un conflicto que al no poder ser elaborado -“articular una solución”- dentro
de las posibilidades reales, llevan a “romper” la situación eliminando las
rigideces que han impedido hasta ese momento ser lo suficientemente “plástico”
para encontrar y llevar adelante soluciones. La falta de flexibilidad
equivaldría a aferrarse a las viejas posturas por el temor a no poder adaptarse
a nuevas exigencias.
En líneas generales, podemos
afirmar que una fractura es el intento de crear una neoarticulación
transgresora; de tratar de doblarse por donde no se puede ni se debe.
CAÍDAS EN ANCIANAS
Estadísticamente son la causa de mortandad por accidente
más importante en nuestro medio, y se han convertido en una patología que
promedialmente ha aumentado los “días-cama” que demanda.
Si aceptamos lo planteado
hasta el momento en el presente capítulo, deberemos poder generalizar sobre los
significados inconscientes asociados a estos accidentes.
Un aspecto estadísticamente
observable (CUADRO 7) es que a medida que
las ancianas van quedando solas aumenta el
porcentaje de accidentes.
Por un lado podemos afirmar
que es sobre nuestras piernas y caderas que apoyamos nuestro peso para
levantarnos y seguir caminando por la vida. Esto puede permitirnos
señalar que a medida que la anciana siente que se ha quedando sin apoyo de su
pareja o de su núcleo familiar que las contenga, una caída podría ser la representación de ese desvalimiento,
del sentirse sin tener en quién apoyarse.
Por otro lado podremos
afirmar que las piernas están íntimamente vinculadas con la capacidad de traslado,
autonomía y -algo muy importante para el anciano- la autovalidez.
Las piernas -como puntos de
apoyo y autovalidez- serían los órganos encargados de expresar las
conflictivas asociadas a estos aspectos
de la vida.
Los cambios que pueden ser
logrados a posteriori del accidente nos pueden señalar la dificultad de “seguir caminando por la vida” expresado
en la “caída” de su vitalidad y amor propio. Cuando un anciano estuviera frente
a una situación en la cual le fuese difícil reconocer que su autovalidez debe
ser limitada por sus propias carencias, la caída, la fractura y el posterior
cambio de sus capacidades podría ser una forma de elaborarlo inconscientemente sin sentirse menoscabado en su amor propio.
En el caso del anciano
accidentado, su situación y los cuidados que recibe -por parte de aquellos
que hasta ese momento lo ignoraban- le permite elaborar el
conflicto o recibir algo a cambio - cuidados, atención, preocupación,- sin tener que someterse a la humillación de
pedirlo.
LOS ACCIDENTES EN LOS
ANCIANOS
Si bien en cuanto a la
significación primaria de los accidentes no existen diferencias en relación con
la variación etaria, guardan relación con ella: analizando datos estadísticos
podemos notar que existen “picos” correspondientes a determinadas edades. Pese
a que popularmente existe el prejuicio de que los accidentes están vinculados
preferentemente a los jóvenes, el estudio detallado de las estadísticas
demuestra (de acuerdo a lo expuesto más arriba) que estos “picos” coinciden con
las “edades de cambio”. Así, no ha de sorprendernos encontrar entre los jóvenes
(entre los 16 y los 34) y los ancianos (a partir de los 65 años) la acumulación
estadística más significativa de accidentes.
Tanto esta acumulación
estadística como la realidad clínica, nos han impulsado a interesarnos en los
accidentes en ancianos.
Pasaremos a continuación a
relacionar algunos de los aspectos aquí planteados con datos estadísticos proporcionados por el
Ministerio de Salud Pública del Uruguay.
En el Cuadro 1
presentamos la relación porcentual de accidentes mortales y suicidios anuales, junto con el lugar
ocupado por cada uno de estos ítems dentro de las primeras diez causas de
muerte. de acuerdo a los datos aportados por el
M.S.P.
CUADRO 1
AÑO
|
ACCIDEN-
TES-
|
Nro de orden
Orden
|
SUICI- DIOS
|
Nro de orden
Orden
|
1962
|
4,1%
|
4
|
1.3%
|
9
|
1963
|
4,2%
|
4
|
1,1%
|
10
|
1975
|
4,2%
|
4
|
*
|
*
|
1985
|
4,1%
|
3
|
1,0%
|
10
|
1986
|
4,7%
|
3
|
0,9%
|
10
|
* No aparece
en los primeros 10 lugares
|
Es posible
observar que las cifras se mantienen casi constantes desde 1962 hasta 1986.
Esto puede
significar que :
l- El porcentaje de muertes accidentales se
mantienen constantes en relación al resto de las muertes.
2- El porcentaje de suicidios también se mantiene
constante en relación a la misma cantidad de muertes totales.
3- Los lugares ocupados por estos dos ítems
dentro de los primeros 10 se mantiene -salvo 1975- dentro de los mismos
parámetros.
También deja
entrever otros aspectos:
A-Por un lado,
las. variaciones economicas no han influido dentro de la problemática en
general. (Los parámetros económicos que han variado en la economía uruguaya
desde 1962 hasta 1986 no han influido dentro de lo observable).
B-Variaciones
sociopolíticas tampoco influirían en la temática que nos ocupa
Los puntos A y
B permiten, además, descartar los determinantes “macrosociales”, obligándonos a
orientar la búsqueda de los determinantes “microsociales”. Más adelante
mostraremos cómo la edad resulta un factor importante.
A continuación
se presenta el Cuadro 2 donde se observa:
1.
Estratificación etaria.
2.
Porcentaje que ese rango etario tiene dentro de la
población total.
3.
Porcentaje de accidentes que recae sobre ese rango
etario.
4.
Porcentaje de suicidios asociado al mismo rango.
CUADRO 2
EDAD
|
%EN POBLACIÓN
|
%DE
ACCIDENTES
|
% DE SUICIDIOS
|
60-64
|
4.6
|
7.1
|
10.4
|
65-69
|
3.6
|
4.4
|
5.9
|
70-74
|
3. 0
|
6.4
|
7.6
|
75~79
|
2.1
|
5.1
|
6.9
|
80-84
|
1.3
|
4.7
|
5.5
|
85y +
|
0.75
|
5.7
|
1.7
|
Los presentes
datos han sido tomados en base a:
1140 casos de
accidentes fatales en l985
288 suicidios en 1985
Censo de
población de 1985
Puede
observarse que:
*
los
porcentajes de muertes accidentales superan al porcentaje de población dentro
de la edad.
Lo mismo ocurre
con los suicidios.
·
dentro del rango 60-64 se encuentran los “picos
" más altos en ambas casos.
Tal como lo
habíamos planteado más arriba, en base a estos datos vemos que la edad es un
factor importante para la comprensión de los accidentes fatales.
El cuadro 3
presenta los distintos tipos de muertes accidentales de acuerdo al informe
estadístico anual 1985 del M.S.P..
El total de
casos presentados en mayores de 60 años - 268 - representan el 22,7% del total
de muertes accidentales de ese mismo año. Queremos destacar la importancia del
número total de caídas fatales en relación al resto de accidentes mortales en
esta zona etaria.
CUADRO 3
TIPOS DE ACCIDENTES
|
Edad
|
Transporte
|
Caídas
|
Veneno
|
Fuego
|
Ahogados
|
Armas
|
Maquinas
|
60-64
|
21
|
12
|
2
|
1
|
7
|
4
|
|
65-69
|
19
|
8
|
3
|
2
|
4
|
1
|
|
70-74
|
16
|
13
|
5
|
13
|
5
|
5
|
|
75-79
|
8
|
18
|
5
|
1
|
3
|
2
|
1
|
80-84
|
4
|
25
|
4
|
2
|
3
|
|
|
85 +
|
5
|
42
|
1
|
2
|
|
1
|
|
Total
|
72
|
118
|
20
|
21
|
22
|
13
|
1
|
En los Cuadros
4 y 5 se presenta la relación porcentual entre hombres y mujeres, donde los
primeros aparecen 147 veces- el 54% - mientras que las mujeres lo hacen en 121
casos -45%-.
CUADRO 4
TIPOS DE ACCIDENTES EN HOMBRES
|
Edad
|
Transporte
|
Caídas
|
Veneno
|
Fuego
|
Ahogados
|
Armas
|
Maquinas
|
60-64
|
16
|
10
|
|
1
|
6
|
3
|
|
65-69
|
13
|
5
|
1
|
1
|
2
|
1
|
|
70-74
|
8
|
8
|
2
|
5
|
5
|
5
|
|
75-79
|
8
|
6
|
3
|
|
1
|
2
|
1
|
80-84
|
4
|
5
|
2
|
1
|
1
|
|
|
85 +
|
5
|
12
|
1
|
2
|
|
1
|
|
CUADRO 5
TIPOS DE ACCIDENTES EN MUJERES
|
Edad
|
Transporte
|
Caídas
|
Veneno
|
Fuego
|
Ahogados
|
Armas
|
Maquinas
|
60-64
|
5
|
2
|
2
|
|
1
|
1
|
|
65-69
|
6
|
3
|
2
|
1
|
2
|
|
|
70-74
|
8
|
5
|
3
|
8
|
|
|
|
75-79
|
|
12
|
2
|
1
|
2
|
|
|
80-84
|
|
20
|
2
|
1
|
2
|
|
|
85 +
|
|
30
|
|
|
|
|
|
Para poder
comprender el valor de las precedentes frecuencias, compararemos -
* Rangos etarios.
* % de hombres de esas edades en
la población.
* % de hombres muertos en
accidentes para las mismas edades.
* los mismos datos para la
población femenina.
CUADRO 6
H 0 M B R E S
Edad
|
% población
|
% accidentados
|
60-64
|
4.7
|
7.6
|
65~69
|
4.5
|
6.2
|
70-74
|
4.3
|
5.7
|
75-79
|
4.1
|
5.5
|
80-84
|
3.6
|
3.4
|
85 y +
|
3.0
|
3.9
|
CUADRO 7
M U J E R E S
Edad
|
% población
|
% accidentados
|
60-64
|
5.3
|
2.4
|
65~69
|
5.5
|
3.8
|
70-74
|
5.7
|
4.3
|
75-79
|
5.9
|
4.5
|
80-84
|
6.4
|
6.6
|
85 y +
|
7.0
|
6.1
|
Los hombres
presentan -salvo entre los 80 a 84 años- un porcentaje siempre mayor de muertes
accidentales que el porcentaje etario para la población.
En otras
palabras, entre los 60-64 años, los hombres, a pesar de representar el 47% de
la población total completan el 76% de las muertes accidentales.
Otro aspecto que
se considerara a continuación es el tipo de muerte donde la mujer aparece más
veces registrada: “CAÍDAS FATALES "
Resulta importante el notar el aumento registrado a
partir de los 75 anos.
El Cuadro 8
presenta:
* -Edad
* -% en la población por sexo
* -Diferencia % entre mujeres y hombres
* -% de caídas en mujeres
CUADRO 8
Edad
|
% población
|
diferencia entre
|
% caídas en
|
|
Hom
|
Muj
|
Mujeres - Hombres
|
mujeres
|
60-64
|
4.7
|
5.3
|
0.6
|
2
|
65~69
|
4.7
|
5.5
|
0.8
|
3
|
70-74
|
4.3
|
5.7
|
1.4
|
5
|
75-79
|
4.1
|
5.9
|
1.8
|
12
|
80-84
|
3.6
|
6.4
|
2.8
|
20
|
85 y +
|
3.0
|
7.0
|
4.0
|
30
|
En el Cuadro 8
se advierte que
A medida que
las mujeres aumentan en edad y se van
quedando solas aumenta también su porcentaje de caídas fatales. A medida que la
mujer siente que se va quedando “sin apoyo” -su pareja o el núcleo familiar que las continenta - estas
caídas pueden ser entendidas como el "venirse abajo por falta de
apoyo".
En una primera
lectura podría decirse que, con respecto a las caídas, deberíamos aceptar que
el deterioro de la función locomotora en el anciano sería un factor importante
y codeterminante del accidente.
A esto
deberemos responder que :
l- El deterioro
es progresivo -salvo casos particulares-.
2- Este permite
ir conociendo y adaptándose a las nuevas variables motrices.
3- Que a pesar
de ello, el anciano no se está accidentando constantemente - salvo patologías
particulares- y que, a pesar de todo, se sigue calificando a estas caídas de
accidentales (sin sentido).
Lo que queda
enmascarado por esta situación es la imposibilidad de elaborar el conflicto
narcisista que subyace de otra forma que no sea el accidentarse.
Con las caídas
fatales, el " venirse abajo " de las mujeres termina por "
romper " con años de soledad y viudez.
Paralelamente
en este punto, y desde una óptica estrictamente gerontologica seria importante
afirmar que no alcanza con controlar los llamados "Factores de
riesgo" del accidentarse en el anciano -refiriéndonos a los aspectos
ambientales y biofísicos- para poder tomar una verdadera actitud preventiva.
A estos efectos
presentaremos los datos obtenidos de un estudio (Vetter N.,1992) de seguimiento
de cuatro años de duración a ancianos mayores de 70 años en el cual se pretende
elaborar los resultados obtenidos del trabajo preventivo de caídas realizado en
sus domicilios.
Estos ancianos
eran supervisados por "visitadores sanitarios", que se ocupaban de
controlar los siguientes aspectos:
1.
Nutrición.
2.
Condiciones médicas.
3.
Medio ambiente.
En estos casos
se controlaba la presencia de elementos físicos que serían o podrían
convertirse en factores de riesgo tales como:
Alfombras
sueltas o levantadas
Cables sueltos
Baños externos
a la vivienda
Pisos muy
pulidos o encerados
Etc
4 Fisioterapeuta
Dedicado al
trabajo muscular con especial atención en movimientos finos.
Sobre un total
de 863 individuos se tomaron en cuenta dos grupos :
350 con los
cuales se realizó e1 trabajo recién mencionado,
324 como grupo
de control.
Resultados:
La incidencia
de fracturas fue del 5% ( 16/350 ) en el grupo de trabajo y 4% ( 14/324 ) en el
grupo de control, lo que implica que la
diferencia no es sígnificativa.
Conclusión :
El trabajo Preventivo de los vistadores sanitarios
no ha sido efectivo.
Consideramos que la prevención del accidente en el anciano
debe necesariamente incluir una evaluación psicodinámica del mismo centrada
esencialmente en su conflictiva narcisista.
UN CASO CLÍNICO
Hasta el momento hemos
presentado una forma de entender al accidente, llevándolo a la categoría de
síntoma y posibilitando así encontrar en él un significado.
Trataremos a continuación, a
través de un caso clínico, de ejemplificar nuestro planteo .
La sesión anterior al accidente, Sofía se refiere al
intento de sus hijas de disminuir el tiempo en que permanecía sola -que llegaba
a más de diez horas diarias- trayendo una “ muchacha joven, posiblemente una
estudiante que me acompañe. Yo no creo que sea una solución. Dudo mucho que
tenga yo de qué hablar con una persona joven”
En la misma sesión relata un
sueño: “ Margarita - la hija con la que vive - me quiere dar unos choclos
asados. A mí me gustan los choclos, pero cuando los como siento en el sueño que
me hacen mal, y me dejan doliendo la barriga”.
Posteriormente relata el
rico gusto que tenía el hígado que ella pudo cocinar una vez que Ofelia -su
otra hija, que al estar casada no comparte el domicilio- le trajo el día
anterior.
De acuerdo a lo que se había
manifestado en el capítulo correspondiente (ver “Violencia intrafamiliar”)
donde se señala la preferencia de la vía digestiva para la expresión por parte
de Sofía de su problemática, la situación queda planteada de esta forma:
Sofía no puede “tragar” todo
lo relacionado con Margarita a quien inconscientemente vive como la responsable
de su situación, y de Ofelia sólo puede aceptar aquello que ella misma se
encarga de “cocinar”. El “narcisismo” de Sofía le impide aceptar las cosas de
otra forma.
En otras palabras: las hijas
le querían “hacer tragar” a una acompañante que Sofía no estaba dispuesta a
admitir, pero sentía a su vez que no podía contradecirlas
El accidente ocurre temprano
un día 6 a la mañana cuando normalmente Sofía, con sus 87 años, se levanta a
prepararle el desayuno a su hija de 40 que “como viene tan tarde de trabajar, se queda
un rato en la cama escuchando el informativo”.
Al igual que todos los días
se dispone a levantar la persiana de su casa “para que le entre el sol a las
plantas”, cuando...
Al darse cuenta, estaba en
el suelo, tirada y muy dolorida. Llama a su hija, quien la ayuda a incorporarse
y la lleva a su cama para llamar al servicio de Emergencia Móvil.
Llega a las 9 de la mañana a
Urgencia de su mutualista y permanece con diagnóstico de fractura de cadera en
una camilla del servicio hasta que a las 19 horas la institución le “consigue
cama”.
Se tarda en coordinar la
operación correspondiente y recién en el día 13 es operada.
Para el día 22 es dada de
alta del sanatorio y retorna a su hogar.
Para el día 29 ya baja las
escaleras.
El 31 puede recorrer su
primer “manzana” completa.
El 10 del mes siguiente a su
caída recibe el alta total, tanto quirúrgica como fisioterapéutica.
Veamos qué se puede plantear
acerca de lo que ha tenido este proceso de diferente con respecto a otros
similares.
No creemos ser presuntuosos
al señalar que la posibilidad de elaborar el significado del accidente ha sido
importante en esta evolución.
Fue visitada por uno de
nosotros ya desde la internación inmediata a su caída, y en su domicilio una
vez que fue dada de alta.
Junto a su cama primero, en
un sillón en su dormitorio después, para luego proseguir en el comedor sentados
en sillas alrededor de una mesa -igual que en el consultorio- siempre fue
abierto de nuestra parte el campo de escucha psicoanalítico (a pesar que desde
la ortodoxia se puedan hacer reparos con respecto al “encuadre”). Lo importante
era darle a Sofía un espacio donde desplegar su discurso e interpretarlo.
Una vez que se le da el
espacio suficiente para expresar el dolor, tanto físico como moral, por el
accidente, la semana que estuvo en la cama esperando la coordinación, el dolor
posterior, etc, Sofía encontró su espacio para referirse a lo previo al
accidente:
“Me sentía desanimada, sin
fuerzas para enfrentar los problemas”, dijo describiendo su
sentimiento ante la “invasión” programada por sus hijas con la joven que le
querían imponer.
El conflicto estaba planteado:
por un lado la vivencia de soledad y la rabia que le significaban las horas en
su casa ya habían sido tratados en el sesiones anteriores. Por otro lado, y a
nivel inconsciente, el conflicto quedaba ligado a su narcisismo por dos vías:
el no poder reconocer que ella necesitaba estar acompañada por alguien para
sobrellevar su soledad, y por otro lado, el no animarse a contravenir a sus
hijas negándose a recibir una compañía que le resultaba inaceptable.
En una sesión posterior
manifiesta: “fue tanto lo que sufrí que si pude superar esto es por que estoy
fuerte”.
Ya es posible comenzar a
entender la dimensión del accidente.
Desde el punto de vista de
la comprensión del sentido primario inconsciente de esta fractura, podemos
comprenderla como la necesidad de Sofía de tener un refuerzo (de metal y
plástico) para pararse y hacer frente
a sus hijas. Simultáneamente, como ventajas secundarias, logra una adecuada
transacción, haciendo manifiesta su necesidad de compañía, pero logrando
conseguirla de acuerdo a sus propios deseos y no a los de sus hijas. Tal como
se verá más adelante, esto sería muy importante en la elaboración de la
problemática.
A partir de este momento se
entiende que la disyuntiva imposible de aceptar para la paciente queda reducida
a un enfrentamiento entre el deseo de las hijas o su deseo.
Sofía vuelve a su casa
quedando cuidada por la hija con la que vive. Cuando ella sale a trabajar,
viene su nieta (hija de Ofelia) que es traída por su yerno desde la escuela,
quien se encarga de acompañarla hasta la media tarde cuando llega su compañera: “una señora que me cuidó durante
la internación y me dejó muy conforme. Se notaba que sabía lo que estaba
haciendo”
Si resumimos el
post-accidente, tenemos que :
Sofía deja de
estar sola por las tardes y pasa a estar acompañada.
Su compañía la
ha elegido ella, y difiere totalmente de los deseos de sus hijas.
Sofía, a través
del accidente, consigue una serie de modificaciones en su ámbito que de otra
forma “no sentía que contaba con las fuerzas necesarias para realizarlos”.
En el transcurso de la
elaboración con Sofía de los elementos que fueron surgiendo después del
accidente se le señaló:
“Parece
que fue necesario el accidente para poder ordenar todos estos problemas”
Sofía contestó : “Si
puede ser...”. “Cuando lo fui a ver a
Usted por primera vez estaba deprimida,
sentía que mi misión estaba cumplida y que ya no tenía lo que hacer en la vida.
Ahora me siento más fuerte”.
Pensamos que el hecho de
poder tener un espacio elaborativo en que la paciente pudo procesar el sentido
inconsciente del accidente, y las ansiedades a las que se vio abocada, no
solamente resultantes del accidente mismo, sino las previas, aquellas que
intentó resolver mediante otros caminos que no le resultaron posibles, influyó
decisivamente en el proceso de recuperación. Si entendemos que una persona
puede accidentarse para posibilitar un cambio o para evitarlo, el presente caso
representa un ejemplo de la primera opción.
En otras palabras,
recuperación y satisfacción narcisista pudieron encontrar en el ámbito
analítico un lugar donde unirse y seguir el mismo camino con un mutuo
beneficio.
Decía Sofía:
“todos los que han venido a verme me felicitan por lo pronto que me recuperé;
el traumatólogo, el fisioterepeúta; ellos dicen que es por todo lo que pongo de
mi, el empeño que hago por recuperarme”.
“LA
MUERTE DIGNA”: UN PROBLEMA DE LA BIOETICA.
No sería justo
excluir de este libro dedicado a la vejez una referencia a la muerte, último
destino del ser humano.
Este tema resulta siempre
delicado, pese a lo cual consideramos apropiado plantear algunas ideas
generales, sin pretender realizar aportes novedosos; esencialmente abriremos
algunos espacios para que el lector disponga de otros ángulos para pensar
acerca de esta problemática.
Diferenciamos, y no por mero
purismo lexicológico, entre “la muerte” y “el morir”. Si bien la muerte en sí
está fuera de la vida, el acto de morir es aún una conducta de la vida. No
existiría -estrictamente hablando- la muerte digna, sino que lo digno es la
vida. En consecuencia, más que morir dignamente, es necesario vivir con
dignidad hasta el último momento, lo cual es un derecho de todo ser humano.
Para ello será preciso reconocer y discriminar hasta dónde la tecnología médica
aporta o niega la dignidad reclamada.
Este derecho suele ser
violado muy fácilmente en nombre de una mejor atención.
Hoy en día se ha planteado
una discusión sobre qué elementos considerar para establecer la diferencia entre “Muerte Digna”, “Omisión de
Asistencia”, “Deber del Médico”, etc etc.
La Bioética se interroga
sobre la validez de muchos actos médicos en función de este derecho.
Debemos pues cuestionar la
validez y la calidad de vida que le estamos aportando al ser humano en estas
condiciones, y el sentido que la vida del asistido puede llegar a tener durante
este período.
Si morir es la última de las
conductas del ser humano, no puede diferir demasiado del resto de las conductas
observadas en momentos anteriores de vida.
Pero, de acuerdo a las
actuales posibilidades que se brindan dentro de los distintos marcos
asistenciales, la muerte ha dejado de pertenecer al paciente. Hoy ha perdido la
capacidad de decidir o tomar decisiones sobre su propia muerte.
En la actualidad Sócrates no
tendría la posibilidad de recordar antes de su muerte sobre la necesidad de
“devolver el gallo al vecino”.
El proceso terminal se va
conduciendo por carriles que ya no pasan por darle la posibilidad al sujeto de
tener la capacidad de tomar decisiones sobre sus últimos momentos.
Como dice Llano Escobar “la
muerte se ha hospitalizado”, sacado de los hogares, del círculo familiar, de la
conciencia del sujeto, para pasar a convertirse en algo “propiedad del sistema
de salud”; el paciente resulta “alienado” de su propio morir.
Otros deciden lo que ha de
hacerse, otros deciden hasta donde se ha de llegar en el esfuerzo por
mantenerlo con vida, etc.
La experiencia general es
que muchos de los mayores de 80 años muere dentro de los seis meses posteriores
a su internación en casas de salud (Quiroga Vega, 1988). Pero a la vez, cuando
la familia hace el esfuerzo de mantener al anciano no autoválido en su hogar,
al cabo de algún tiempo sus miembros quedan agotados, y entonces la muerte
aparece como el alivio “para todos”.
Para el médico, educado en
la consigna de “curar”, de “salvar la vida”, la muerte de un paciente puede ser
una herida narcisista difícil de aceptar: “se me murió el paciente” suele
decir, no sin cierto grado de culpa (aunque en realidad no la tuviera) por no
haber hecho lo que el superyó exigente impone: vencer a la muerte. Seguramente,
para el inconsciente del médico el paciente es una parte de sí o un objeto
interno al que “debe” salvar, sin descartar el ataque a su omnipotencia que la
eventualidad de la muerte le produce. ¿Qué ocurre cuando ya “no hay nada para
hacer”?
Resulta tradicional en
nuestras tierras la tendencia a ocultar la información del verdadero estado de
salud al propio paciente, negando así la posibilidad de darle la opción de que
asuma su situación y la elabore para lograr la mejor calidad de vida posible en
esas circunstancias, o que pueda conocer su realidad hasta donde esté
dispuesto, con la intención de ser copartícipe en el proceso en el que está
inmerso.
Finalmente debemos mencionar
la forma artificial en se ha intentado prolongar la vida del enfermo, incluso
en contra de su “voluntad fisiológica”.
La tecnología y distintos
avances han permitido “obligar a respirar”, “obligar a latir” a corazones y
pulmones que, de no mediar esta tecnología, habrían cesado en su accionar.
La sociedad, de la mano de la tecnología médica,
ha convertido a la muerte en un proceso aséptico, aparentemente desprovisto de
toda emoción, y encarado desde una óptica basada en la “obligación de hacer
todo lo que esté al alcance del sistema para ayudar a prolongar la vida”.
Será necesario pues el
replantearse conceptos tales como “bienestar del paciente” “ hacer todo lo posible” y contestarlo desde
la voluntad del dueño de su propia historia: el enfermo.
PSICOANÁLISIS EN LA tercera edad
En este último
capítulo, en el que hemos de referirnos al tratamiento psicoterapéutico
psicoanalítico del anciano, comenzaremos por un breve resumen de algunos
conceptos desarrollados en páginas anteriores.
La acción de la
medicina, aunque no solamente ella, ha permitido en los últimos cincuenta años
que el promedio de vida de las personas se haya elevado. Esto ha hecho que la
población mundial por encima de los sesenta y cinco años, según señalan los
estudios demográficos, aumentara notoriamente, especialmente en los países del
llamado "primer mundo" y en ciertos otros del tercero, como por
ejemplo, en el Uruguay, donde además intervienen para ello, entre otros
factores, la emigración de adultos jóvenes.
Como consecuencia, se hacen
más comunes patologías propias de la llamada "tercera edad", en las
esferas somática, psíquica y vincular; pero no sólo es importante la
investigación de la patología sino también de los procesos evolutivos normales,
precisamente para poder diferenciar claramente aquellos de éstos. Muchas veces
se confunden y catalogan como patológicas lo que en realidad son reacciones
comprensibles de quien atraviesa determinados procesos, y al revés, se asume
como inevitable y hasta se identifica la vejez con signos que en realidad
corresponden a una patología.
Así como la pubertad, en
tanto pasaje de la infancia a la adolescencia, se marca abruptamente con la
menarca en la mujer y la capacidad eyaculativa en el varón, la aparición de los
caracteres sexuales secundarios y los cambios en la identidad, no existe en
verdad en el envejecimiento un hecho puntual que señale su comienzo. Es un
proceso que se inicia con el nacimiento o tal vez antes y se continúa a lo
largo de toda la vida. Ya Galeno decía que el envejecimiento comienza en el
momento mismo de la concepción. Y es que si lo miramos desde la vertiente
biológica, por ejemplo, los cartílagos articulares y no articulares comienzan a
envejecer alrededor de los veinte años; se han encontrado ateromas en las
arterias de jóvenes de dieciocho; la pérdida de células nerviosas, aunque
conservando la estructura del sistema, se produce a lo largo de toda la vida.
Resulta difícil entonces establecer una clara separación entre la madurez y el
comienzo de la senectud, como también entre la senectud normal y la patológica,
siendo muchas veces más una diferenciación cuantitativa que cualitativa. Vamos
envejeciendo, y en un momento dado nos sorprendemos viejos. Tal vez haya una
etapa previa, en la que nos damos cuenta de cuán viejos están nuestros
coetáneos. Sin embargo se producen en este período de la vida, cuyo comienzo la
OMS ha convenido en señalar a los sesenta años, hechos significativos que
pueden repercutir de una manera intensa en el estado afectivo y social del
geronte. La adultez de los hijos; el nacimiento de los nietos; la jubilación,
con el cortejo de consecuencias que habitualmente acarrea: disminución del
nivel económico y social, inseguridad, sentimientos de minusvalía, de
marginación; la muerte del cónyuge y de amigos; los cambios en la imagen
corporal; el rol que la familia y en general su entorno le otorga; todo esto
configura lo que puede llamarse la crisis de la senescencia.
Así como en la edad madura
muchas veces el conflicto se plantea entre el ideal del yo y el yo por las
aspiraciones y espectativas ideales (que habitualmente provienen de la
adolescencia) que no se han podido materializar, pudiendo generar una situación
depresiva, en la senectud el conflicto pasa también, predominantemente, por la
crisis narcisista que implica asistir a la propia declinación, además de las
pérdidas objetales. Toca realizar el duelo también por las funciones corporales
perdidas, por la imagen corporal destruida o perdida. Por eso resulta
importante comprender muchos de los síntomas atribuibles a la vejez como
manifestaciones de defensas narcisistas. Y es precisamente en esta etapa donde
el correlato psicofísico se hace más notorio.
El envejecimiento trae
aparejado una acomodación de las funciones orgánicas a las nuevas condiciones
determinadas por variaciones metabólicas. Otro tanto se encuentra, en forma
paralela, en el ámbito psíquico, de tal manera que, mientras por un lado se
mantiene la fuerza de lo pulsional, la capacidad para controlarlo va
disminuyendo, así como también la capacidad para adaptarse a los requerimientos
del mundo exterior. Ello hace que muchas veces se recurra a la somatización
como manera de control (y a la vez de expresión) de afectos desbordantes, tales
como miedo, agresividad o sentimientos de pérdida, así como manifestaciones
eróticas que el viejo puede sentir como indebidas a su edad, y por
consiguiente, también se manifiestan "fuera de lugar". La posibilidad
de comprender el sentido de los síntomas corporales como expresión de afectos
inhibidos, y de fantasías inconscientes (además de las resignificaciones conscientes
y preconscientes, y sin desconocer los factores etiológicos de orden biológico)
entramados en la biografía del paciente, tiene un valor práctico, ya que en
ocasiones la medicación puede llegar a empeorar el cuadro en lugar de mejorar
al paciente anciano, muy habitualmente sometido a una polifarmacia.
El cuerpo, que también es
biografía, señala con sus cicatrices a quien quiere y puede leerlas, los
mojones de una historia que así complementa su relato verbal.
Aun sin entrar de lleno en
la patología, podemos referir de una manera muy somera, algunos síntomas
comunes en la senectud, cuyo sentido inconsciente abre posibilidades de una
comprensión más profunda del paciente añoso.
La reducción de
la capacidad física se debe en gran parte a la inactividad, y ésta resulta
muchas veces de la depresión.
La osteoporosis se acelera
con la inmovilidad, y a su vez, se vincularía con la falta de sostén que puede
padecer el anciano.
Las rigideces ariculares
pueden expresar las dificultades para la adaptación a los cambios coyunturales
que la vida requiere. La falta de flexibilidad equivaldría al aferrarse a las
viejas posturas por el temor a no poder adaptarse a nuevas exigencias. En el
mismo sentido, la columna vertebral, con sus osteofitos, artrosis y exageración
de las curvaturas, señalarían la acción del peso de los ideales que doblegan.
La hipertensión (esencial)
puede representar la expresión de la rabia y la humillación reprimida, a la vez
que la manera de mantener la postura erguida, el narcisismo a salvo, aun a
costa de transformar su árbol vascular a la manera de un hidroesqueleto. La
calcificación de los ateromas pasaría a materializar esta fantasía.
Respecto a la sexualidad, en
el varón, aunque se mantiene el deseo, los cambios fisiológicos hacen que, por
ejemplo, la erección peneana demore en producirse normalmente el doble o triple
del tiempo habitual que en el joven, lo que puede llevar al anciano a
desesperar, a sentirse impotente, o a renunciar a la genitalidad. En ocasiones,
por el contrario, puede observarse una hipererogenización, apareciendo la
clásica imagen del "viejo verde", ya sea en el sentido de quien
"quema sus últimos cartuchos", ya con características perversas por
un debilitamiento de las defensas.
Una queja habitual en los
pacientes añosos reside en la pérdida de memoria. Los geriatras diferencian la
llamada "pérdida normal o fisiológica de la memoria en el anciano" de
la "pérdida de memoria patológica". En la primera los olvidos son
puntuales, en el sentido de referirse a nombre propios, cosas, números o
fechas; con características transitorias y reversibles, preferentemente de
hechos recientes, y sin interferir en general con la vida del paciente. En
ocasiones, aparece como manifestaciones de la depresión. La pérdida de memoria
patológica, que es progresiva, indica un proceso de deterioro. Sin embargo,
desde el psicoanálisis, podemos comprender las motivaciones afectivas que
condicionan la represión, a veces por desplazamientos, e incluso en pacientes
con trastornos cerebrales de tipo arterioescleróticos se advierte, por ejemplo,
que el hijo cuyo nombre no recuerda o a quien no reconoce es aquel con quien el
anciano está enojado, con lo que la amnesia adquiere sentido. Por el contrario,
la reiteración de evocaciones (que muchas veces tanto molesta a la familia)
implican un intento de reafirmación narcisista, con el rescate de experiencias
positivas, que sirven además de puente temporal con las nuevas generaciones.
Si bien Freud nos ha
enseñado que el complejo de Edipo se hunde y va al fundamento, parecería que,
como un submarino, nos acompaña durante toda la vida. Es en el campo de la
transferencia y contratransferencia en el tratamiento de ancianos donde uno
redescubre la vigencia de los contenidos edípicos inconscientes, que emergiendo
de la atemporalidad, se actualizan también en la neurosis de transferencia.
La recomendación de Freud de 1904 sobre
analizabilidad, en el sentido de que podían ser tomadas en tratamiento personas
cercanas a los cincuenta años, (y Freud tenía entonces cuarenta y ocho) porque
los ancianos acumulan demasiadas capas de material a remover, ha tenido una
gran influencia en los analistas, aunque bien decía Abraham que es más
importante la edad de la neurosis que la cronológica del paciente. Todo esto ha
hecho durante mucho tiempo del viejo un marginado, no sólo en la sociedad sino
también para el psicoanálisis.
Un prejuicio bastante común,
posiblemente basado en parte en lo dicho por Freud y en parte en las
dificultades que la tarea crea a los analistas, reside en la creencia de que
los viejos son inanalizables y que sólo peden recibir una terapia de apoyo. Sin
embargo, la experiencia señala que los pacientes de más de sesenta años, sin
graves deterioros cerebrales, son pasibles de un psicoanálisis convencional con
grandes beneficios. Es de destacar el resultado positivo del reanálisis de
pacientes añosos que ya hubieran tenido una experiencia analítica con
anterioridad. Resulta también adecuada la indicación de psicoterapia
psicoanalítica de grupo en los ancianos, con la excepción de pacientes con
demencia y cuadros de depresión psicótica en períodos agudos.
El análisis de pacientes
mayores es más un problema para el analista que para el paciente. Si, como dice
Racker, cada paciente hombre es, para el inconsciente del analista, el padre, y
cada paciente mujer, la madre (más allá de que, indiferentemente del sexo real
del terapeuta, éste puede representar circunstancialmente a cualquiera de los
progenitores), resulta comprensible que ello se incremente cuando la edad real
de los pacientes es suficientemente mayor que la del terapeuta. Acercarse y
reconocer la sexualidad de los padres puede resultar difícil, por la
consiguiente activación de los remanentes edípicos no resueltos. De la misma
manera, la idea de que las personas mayores están más cerca de la muerte genera
en los analistas jóvenes sentimientos de culpa por la sensación de "mentar
la cuerda en la casa del ahorcado" y el miedo a generar depresiones, y en
los analistas más viejos, tener que encarar la propia finitud, a la vez que el
riesgo de quedar presos de la identificación concordante con el paciente. En
otros casos, la edad manifiestamente mayor del paciente puede funcionar como
contrarresistencia, en el terapeuta más joven, a analizar las transferencias
parentales que el paciente hace sobre él.
Uno de los aspectos que
adquiere significativa importancia en el curso de cualquier análisis es el de
los vínculos parentales (con los padres de la infancia y los padres del adulto)
y las identificaciones. Habitualmente, las relaciones con los padres son
procesadas por parte del paciente a través de la relación transferencial con el
analista, y si, por ejemplo, el analizando se refiere al deterioro de los
padres por el envejecimiento, es muy probable que sea comprendido como una
referencia al deterioro que encuentra en la figura del analista. Sin embargo,
no es muy común que, además, sea también interpretado como la percepción que el
analizando tiene de su propio proceso de envejecimiento y deterioro, ese que,
como decíamos, se viene produciendo a lo largo de la vida.
Si bien las pérdidas
narcisistas son procesadas en todas las edades, aquellas que estarían referidas
al envejecer han sido catalogadas habitualmente como de difícil abordaje. El
peso de los ideales insatisfechos, las relaciones de objeto perdidas y el
deterioro de las funciones con las consiguientes limitaciones, determinan los
cuadros melancólicos más habituales en esta etapa vital. La
contraidentificación melancólica, los sentimientos de inutilidad e impotencia
también pueden afectar al analista, que debe estar atento a ello para
rescatarse. Aunque pueda parecer obvio, vale la pena resaltar la importancia
que adquiere el análisis de la contratransferencia con estos pacientes.
Cuando son los hijos del
paciente añoso quienes se hacen cargo del costo del tratamiento, puede llegar a
generarle una herida narcisista, que se expresa en la transferencia como la
resistencia a depender de alguien menor.
En un punto donde el
psicoanálisis linda con la filosofía, creemos con Freud que no podemos tener
una representación inconsciente de nuestra propia muerte porque ella está fuera
de nuestra vida. Las representaciones que sí tenemos, conscientes y
preconcientes, provienen de la experiencia ajena, en el sentido de la muerte de
los otros, y el conocimiento, habitualmente rechazado, de nuestra finitud. Es
decir, que, desde este punto de vista, siempre son los otros los que se mueren.
A través de las idealizaciones religiosas respecto a la muerte y los relatos de
quienes presumen de "haber vuelto", se puede reconocer la reiteración
de representaciones de nacimiento y fantasías desiderativas y de carácter
reivindicativo. De ahí la necesidad -como decíamos en el capítulo anterior-de
procesar el duelo por la pérdida de la vida (que sería lo que en realidad se
teme), y, agregaríamos, la envidia hacia los que se quedan, los que van a
disfrutar de algo que uno dejará. En el análisis de pacientes viejos y
terminales, parece impropio hablar de "calidad de muerte", cuando en
realidad se trata de la "calidad de vida" que se puede tener hasta el
final.
Estas reflexiones tienen el
propósito también de acentuar la necesidad de la formación del terapeuta que
encare el tratamiento de ancianos, en tanto resulta obvio que ha de tener
suficientemente elaborada su situación edípica, como para hacerse cargo de
cualquiera de los lugares del triángulo que le puedan tocar en la
transferencia. Igualmente, se requiere que elabore su propio proceso de
envejecimiento para que, como dice Salvarezza (1991), el encuentro con la vejez
de sus pacientes no se convierta en una prueba constante de su juventud,
adoptando una actitud contrafóbica de reafirmación narcisista. El análisis
personal, la formación teórica y el entrenamiento constituirán pues, como es
habitual en la formación analítica, el trípode sobre el cual se ha de basar la
preparación de un terapeuta que ha de ocuparse de la psicoterapia de los
viejos.
No quisiéramos terminar sin
hacer una breve referencia precisamente a la vejez del psicoanalista. Suele ocurrir
que con el tiempo, el psicoanalista también puede envejecer. Cabría preguntarse
en qué medida ello incide en su tarea profesional. Por supuesto que lo habitual
es que haya acumulado experiencia clínica y de vida que le permitiría una
actividad prolongada. El prestigio alcanzado y cierto grado de idealización de
ex-pacientes y alumnos ayudan seguramente a sostenerse narcissticamente y en
parte paliar las inevitables consecuencias que la vejez acarrea. Dependerá
también de la creatividad conservada, del grado de involución, y obviamente, de
los avatares de la vida. Pero sobre todo, de la elaboración del proceso normal
de envejecimiento que la vida acarrea,
En estos finales del siglo
XX, en donde la sociedad en su totalidad mira al futuro incluyendo y previendo
los distintos impactos de culturas longevas, creemos que será importante que el
psicoanálisis, al igual que en su momento lo hizo con los niños, se plantee la
forma de encarar lo que cada vez más aparece necesario: el tratamiento de
pacientes añosos.
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